lunes, 26 de noviembre de 2007

Gemido, al dolor de la vigilia


Las farolas me acechan en la noche
Gritándome un nombre al primer descuido;
Resplandor que me encenaga sin ruido,
Declamando su espantoso derroche

De silente abismo y hosco reproche;
Silencio naranja que, como un fluido
Corrosivo en el viento, me ha recluido
En un instante de la medianoche,

Que se me hace eterno. Quiero estar mudo,
Sordo, sin ojos, ajeno al aroma,
Al dulce frescor, al cuerpo desnudo

Del lacerante espejo. Ven y toma,
Sombra, mi mano, y llévame al rudo
Territorio do la luz nunca asoma.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado el soneto, lleno de musicalidad y color...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Increíble.
Dime en qué marmita te caíste de pequeño para poder hacer esas cosas, que voy a tirarme en plancha en cuanto la encuentre.

Un beso.
missgps

Anónimo dijo...

Gracias, prometeo, aunque yo pensaba que resultaba musical, pero oscuro. Besos.

¡Hola, missgps! ¿Cómo tú por aquí? Bienvenida. Bueno, a la marmita me caí ya siendo tan grandote como Obélix. La marmita se llama El Recreo y en ella he ido echando diferentes ingredientes: los sonetos de octavio, la sensibilidad de seda... y versos, muchos versos, de Pizarnik, de Storni, de Cernuda, de Blas de Otero, de Delmira Agustini, de Ibarbourou... y, también, un ingrediente secreto, cuyo nombre no desvelo por ser altamente tóxico. Pero seguro que sin él, también pueden engendrarse bellos poemas y mucho mejores que los míos. Un fuerte abrazo. Ha sido una alegría verte por aquí.