Aquella tarde salió de la mazmorra sólo con la intención de caminar un poco. Era ya demasiado tiempo, y no podía continuar permitiéndose no sentir bajo sus pies el frescor de la hierba y de la tierra mojada. Pero, al traspasar los umbrales del gemido, nada más que encontró sequía y asfalto. Y caminó y caminó y caminó hasta más allá de la última de sus pisadas sin huella sobre la roca estéril de las horas muertas. Y allí lloró de desconsuelo y espanto mientras se dejaba devorar por la niebla, y el estruendo de un enjambre de alimañas en la sangre rompiendo la barrera del sonido. Su último pensamiento fue de incredulidad para con Einstein.
Fotografía: Demina Antona.
Fotografía: Demina Antona.
2 comentarios:
Una mazmorra voluntaria, de la que uno sale para ser engullido por rastros de dolor y violencia agazapados entre la niebla...
Esa niebla que todo lo borra me hace recordar Temblor, de Rosa Montero, donde todo desaparece en niebla si la mirada del hombre no lo mantiene con vida.
Un abrazo
Sí, a veces yo también dudo de la relatividad y de nuestra relación con lo absoluto, especialmente cuando me rodea esa niebla, un beso
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