jueves, 13 de septiembre de 2007

Fuego violeta


Hace un siglo que llueve, y en el viento se agotan, como arbitrios sin nombre, las alondras enfermas. Son, inmisericordes, las garras del otoño, que en los sepulcros blancos devoran mi sonrisa. Oh qué amargor de huesos, humeando amarillo, qué espantoso clamor de mudas calaveras, qué dolor de uñas pútridas calcinándose en sombras, cuánto pávido albor, cuántos lirios aullando sobre un vuelo robado.

Con su faz requebrada, vocifera un relámpago, incendiando el crepúsculo. Me atraviesa el rencor, y hambriento en los espejos, de luz evanescente, me abismo en mis suspiros; suspiros temblorosos, que, ajados en sus cauces, la sangre me pervierten. Llevo espinas clavadas como perlas celestes vagando a la deriva, y espuma entre los labios de un mar a borbotones; debe ser que me llama la impiedad a destajo, la noche del viajero sin tiempo ni destino, la voz de los espíritus. Al filo de los salmos, con monótono acento, suenan fúnebres cantos: gemido en los arpegios, acordes de silencio, adagios carcomidos. He llegado a pensar, en el delirio insomne, tener el alma muerta: el ansia semoviente se ha frustrado en la ciénaga, y hierve en mi cerebro un sueño de glaciares.

Vuela como alfileres, pervirtiendo el ocaso, una estela galáctica, y en los altares nacen hechizos monstruosos: brotan, con el incienso, aquelarres sin brujas, bebedizos macabros, partituras de sombras. Oh cuánta penitencia, qué ardor crucificado, cuánto plomo en los nervios, qué infamante calvario.

Serpientes trepadoras que muerden lo pretérito, me escupen a la cara, con trágicos augurios, terribles carcajadas. Necesito quebrar, morder, acuchillar… desgarrar tanto espanto, liberar a esta hiena que recorre mi entraña, como sangre agolpada devorándome a muerte; vomitar tanta nausea de aciagos sacramentos que, sórdidos, me enclaustran. Oh qué otoño marchito, qué impiedad de aguaceros, cuánta y cuánta quimera; oh el vacío en mis manos.

(Como polvo de estrellas, crece un fuego violáceo… y el círculo se cierra).

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Absolutamente apocaliptico. Hoy pariste un texto aliñado de imágenes que pareciran haberse escapado del lomo de un libro de "La divina comedia". A veces incluso tu genialidad es aterradora.
Cañaillas y Barbadillo

Anónimo dijo...

De las batallas existenciales se sale fortalecido..
Y después de un otoño lluvioso y un gélido invierno, llega la primavera.
Siempre.
Subyugado me ha la fuerza y poesía de este fuego violeta.

Un beso.

Anónimo dijo...

Hola Rafa León.

Soy Rafa León. Sí, igual que tú; aunque en este mundillo soy conocido como El Secretario.

Te descubrí en el Blog de El viento y, claro, al ver tu (mi, nuestro) nombre, pues me llamó la atención y entré a visitarte.
Me parecen interesantes las pocas cosas que he visto, así que prometo pasarme en otro momento con más tiempo.

Saludos.

Anónimo dijo...

Me dejas quemada emocionalmente, :), Un beso

Anónimo dijo...

Me has asombrado; que apocalipsis, que esoterismo con esa filosofia tan onubense.
Un abarzo.

Anónimo dijo...

Gracias, kai, ahora empiezo a entender algunas cosas... ¡aterro!

Ojalá tengas razón, viento. Y también muchas gracias.

Bienvenido "tocayo", ya te contaré una anécdota sobre una "familia", también "tocaya", que tengo.

Leuma, no desearía que mis escritos te quemasen emocionalmente.

Prometeo, je, je, sí, deben ser los malos humos.

Abrazos.