Aquella mañana se amaneció gris y fría; con una pesadez plomiza que parecía querer sepultarlo todo. Nada más despertar, como cualquier otro día, lo primero que hizo fue recordarlo. Y después se sentó a esperar junto a la ventana. Al fin y al cabo, el año anterior, cuando no iban peor las cosas, él la había llamado para felicitarla. Sabía que en esta ocasión no lo haría, pero aun así estuvo todo el día esperando. Al fin, cuando sonaron las doce de la medianoche, por no asumir que él ya la había dado por muerta para siempre, prefirió engañarse pensando que simplemente lo había olvidado. Y, muda, comenzó a vagar por los pasillos, arrastrando sus cadenas.
5 comentarios:
qué doloroso es el olvido...
si es eufónica, que lo es, por su nombre; es una pena que la amordacen; pues Eu-lalia expresará bellamente.
Besos, poeta, besos
Esta historia podría haberse llamado "El olvido se llama Cenicienta", caduca al llegar la media noche y calza la fragilidad de un zapato de vidrio. Al amanecer el sol volverá a quemar los restos del naufragio.
Vino y versos, querido cuentista.
Queda la esperanza, solo la esperanza, si no la matamos nosotros mismos. Y si es lo contrario que se jodan. (Perdona el exabrupto)
Un abrazo.
Siempre dije que la muerte es el olvido, y hoy tu relato me lo reafirma, vagará muerta en vida mientras se sienta olidada.
Triste historia.
Un abrazo
Sandra
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