Madrid. Sábado, 10 de diciembre de 2011. Son las ocho de la tarde y sólo faltan dos horas para que la fiesta inunde el corazón pétreo de este país. Nos emocionaremos al oír sus nombres por el megáfono, estaremos en esos momentos ávidos, ansiosos por asistir a la lucha de los titanes, el Dios Messi frente al Dios Ronaldo, millones de euros contra millones de euros. Mientras, una familia desahuciada ayer se agolpa frente al televisor encendido en un escaparate, el sonido del televisor está apagado y el padre, en su tristeza, observa el colorido y las banderas. En el campo los niños llevarán la camiseta de su ídolo y los padres corearan el himno, elevándolo a los cielos. No importan los desahuciados, no importan los cinco millones de parados, no importan el 21% de familias por debajo del umbral de la pobreza, no importan los discapacitados desatendidos, no importa nada, sólo importa el gol, la jugada perfecta, ver a Messi o a Ronaldo meter un gol en está, la liga del BBVA y en este campo, rodeado de vallas publicitarias del Santander y otros bancos.
El árbitro señala el inicio y la primera jugada hace que el niño sentado frente al escaparate se olvide del hambre. Agita los brazos junto a su hermano pequeño y exclama un gol que expande el universo. El padre le mira infeliz y se siente fracasado. Toda la vida trabajando y ahora, a los 45 años ¿quién le va a contratar? En el césped, la lluvia golpea el rostro de los jugadores y las entradas violentas aumentan y, de pronto, un tsunami estalla en la grada ante otra oportunidad de gol. Afuera el agua retorna a los mismos cauces de siempre y sigue la dirección que le indica la corriente. Y los gritos de los desesperados se difuminan entre los alaridos emitidos desde los televisores. Pasados unos minutos el adversario empata y en los bares aparece un conato de rebelión. Pero no, llega el descanso y todo se relaja y aquel que pago seis mil euros por una entrada vip pide un whisky con mucho hielo. La lluvia no cesa y la familia desahuciada, sentada sobre el suelo, se cubre con cartones. En la pantalla del escaparate Xavi celebra un nuevo gol y el silencio en las calles se vuelve aún más sombrío. La derrota se confirma, los directivos lloran en sus casas, aunque saben que mañana amanecerá y también abrirá bolsa. Saben que mañana, sólo se hablará de fútbol y que seguirán siendo invisibles, ellos y los desesperados. Sólo la voz del crío refulge en la oscuridad de la noche. Mira al padre y le dice: -Papá ellos ganan siempre porque juegan en equipo, ¿cuándo lo haremos nosotros?
© Francis Vaz