Tras dos semanas de ola de calor nadie sale de sus casas como no sea al amanecer o de noche. En la confitería dedicada al Cristo gitano por excelencia, El Cachorro, no ha entrado nadie desde el mediodía.
Los pasteles se mustian y los helados se rancian, a pesar del raudo galopar de los kilowatios de electricidad para mantenerlos frescos. El aprendiz se chasquea los huesos de las manos una y otra vez, nervioso y deprimido con tanta soledad. Su ayudanta no para de llenar cubos de agua y fregar todas las esquinas, los suelos, los aparadores…Aquello reluce ahora como el Palacio del príncipe de Cenicienta. El dueño, sentado en su hamaca de mimbre, se balancea impertérrito pensando en sus cosas.
Ha entrado una pareja de guiris madrileños, en busca de agua para proseguir su marcha por el desierto urbano. Y, para combatir el tedio, el dueño les ha ofrecido su versión de una canción del Grupo Mecano: “Sombra aquí, sombra allá, protégete, protégete, con cerveza en un cristal, refréscate, refréscate…”. Para remate de los tomates les ha aconsejado que cenen en Casa Diego, al principio de la calle Alfarería. Pero en lugar de los caracoles o los boquerones fritos le ha dicho que pidan el único pescado capaz de sacar de su jaula a un mono. Ante las miradas interrogadoras de los guiris les ha desvelado el enigma, con su guasa trianera: “Es muy fácil, el sal-monete”.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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