Soy una calle angosta y como encerrada en mí misma, por lo que el aire no transita por aquí desde el mediodía hasta la noche. Durante esas horas duras e implacables, mis piedras arden y despiden la temible flama; sobre todo, si no tienen la suerte de estar en el lado de sombra, a poniente. Pero eso no quita que muchas familias sigamos al pie de la letra esa canción del grupo Mecano que dice: “Hawai, Bombay es un paraíso, que sin querer me monto en mi piso”. Y para ello, hemos remozado nuestras azoteas como terrazas veraniegas y solariums.
Mi padre diseña la ingeniería de todo el tinglado. Tan pronto construye una techumbre de cañizo -con sus manitas tan espléndidas para el bricolaje doméstico-, como nos sorprende con los toldos más modernos y automáticos adquiridos en la sección de decoración y jardinería del centro comercial Aljarafe. Yo soy el capitán de barco de mi trasatlántica azotea; el que a la caída de la tarde descorre sus toldos - a rayas blanquiazules, o lisos de color blanco o anaranjado- para ser los primeros en recibir la delicia de las brisas nocturnas. Y también me encargo de ir cerrando durante la mañana, una a una, cada sección de toldos horizontales o verticales, a fin de crear un ambiente sombreado y fresco para el almuerzo del mediodía. Mi madre se ocupa de cuidar y regar una multitud de macetas con plantas y flores, así como varias inmensas jardineras y las enredaderas de jazmines y bunganvillas que dan colorido a los listones de rejillas situados en los pretiles y las paredes. En esta “selva verde” nos pasamos las tardes de verano sesteando soñolientos o leyendo revistas y periódicos en nuestras tumbonas o sillas bajas y plegables; siempre con un buen hilo musical de fondo, unas cervecitas o refrescos, unos aperitivos…Mis hermanitos –los dos enanos- prefieren chapotear en sendas pequeñas piscinas de plástico y correr jugando de un lado a otro. La cuestión es alborotar y molestar. Todas las tardes de los viernes le toca el turno de estancia a mi pandilla de amigos y amigas. Convertimos aquello en una pequeña discoteca estilo ibizenco, donde bailamos con la música a todo trapo, o bien, jugamos a las cartas, los dados y el dominó. Y, sobre todo, intentamos ligar mientras charlamos como cotorras hasta la madrugada, dejando insomnes a las estrellas del cielo.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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