miércoles, 15 de octubre de 2014

Auto de fe

Era un auto alemán. Hecho a conciencia,
estaba diseñado
para alcanzar, al menos,
un millón de kilómetros
sin el menor problema,
y debía costar
un ojo de la cara,
por no decir un huevo.
En el viajaba el párroco –don Cosme–,
un cura calavera
que en todas y cada una
de sus disparatadas homilías,
dedicaba un buen rato a adoctrinar
a la feligresía
sobre el valor sin par que atesoraba
la práctica con fe de la pobreza
como camino cierto –o autopista– 
para alcanzar el Reino de los Cielos.

1 comentario:

Carlos dijo...

Hoy día los conducen más los de la tarjeta visa negra a juego con su carrocería