En Huelva es aplastante el poder que ejerce la industria química y básica sobre las conciencias. Una industria que paga, como dice Antonio Orihuela en uno de sus poemas “periódicos, políticos, libros de poesía / y hasta la restauración de todos los santos y santuarios de esta ciudad / antes de llevarse por delante a los que acuden a las procesiones”. Muy pocos, por no perder ciertas prebendas, se atreven a levantar la voz contra este poder. Es por ello que, cuando un gran poeta, un escritor “redondo”, como Juan Cobos, lo hace, a algunos nos renace levemente la esperanza desde debajo de las ruinas de esta ciudad maltratada a manos llenas.
Perversión
El País Andalucía 08/04/2007
En un grano de arena puede estar la duna y el desierto, acaso contener todas las orillas, incluso las inalcanzables. O abarcar el tiempo que cae implacable en el reloj. Lo más pequeño, a veces, se alza en poderoso símbolo, se torna ejemplo universal. Taimada, artera, la perversión acecha como una tenia en los estómagos orondos de esta (y de aquella y de la otra) sociedad, y flota, encantada, satisfecha, en sus jugos gástricos. Ahí, en la panza, se reproduce sin causar al cuerpo social la menor fatiga, vómito ninguno. Sólo, eso sí, más hambre y más sed de sí misma. Hipnotizados, abotargados, ni el corazón ni el cerebro se rebelan. La perversión, sofisticada siglos atrás, no se anda hoy con sinuosidades y, reflejo de la velocidad de nuestra época, abandona los buenos modales -que también conlleva cierta refinada perversión- y pasa de tergiversar o perturbar la esencia de las cosas a corromper directamente tal esencia.
Un claro, o más justamente: oscuro, ejemplo de lo dicho queda patente en la lírica ocurrencia de la central térmica, sita en la maltratada ría de Huelva, de poetizar su cuestionada actividad revistiendo su epidermis con un texto de Juan Ramón Jiménez. Nada más, nada menos. Las industrias del polo químico onubense, úlcera de un tiempo histórico sin voz ni voto, elevan su no caído muro de Berlín, una ruidosa muralla de humos y contaminación que, lacerantemente y en nombre de ese progreso de pan para hoy, separa y aleja a la ciudad de su estuario, de la mar. La renovación o ampliación de la central térmica de ciclo combinado ha sido -es, es- uno de los caballos de batalla actuales, transmutado ya en caballo de Troya que en su interior oculta una soldadesca de intereses emboscados. Cada uno, por supuesto, con su correspondiente tenia bien aleccionada. Decía Oscar Wilde, quien tanto dijo y tan cruelmente acallaron, que lo más profundo es la piel. A ella han ido quienes han querido envolver "el regalo" de la térmica en palabra de poeta. Llegando a la ciudad de Huelva desde las tierras de Juan Ramón, ahí donde confluyen las aguas del río Tinto y las del Odiel, justo ante la mirada petrificada de Colón, aparece -mamut sobrevivido, dinosaurio del futuro- la poderosa fachada de esa industria, enorme, intimidante. Y pintada de azul y blanco (¿querrá simular los cielos o rendir homenaje a la bandera onubense?), en ella se ha reproducido un fragmento de uno de los capítulos de Platero y yo. Precisamente del titulado El Vergel: "Como hemos venido a la capital, he querido que Platero vea El Vergel". Capítulo que continúa: "El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a trechos y a trechos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino. // ¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que empapa también el agua, por la sucesión de claros de yedra goteante de la verja! Dentro, juegan los niños."
No resulta muy difícil imaginar qué sentiría el Nobel, qué diría su verbo acerado y certero siempre al centro de la diana. Un poeta enamorado de la naturaleza, en deseante y deseada comunión con ella, héroe en vida y obra de la sencilla belleza pura, así utilizado, tergiversado así, traicionado hasta la obscenidad. "¡Qué mentira más triste ésta que hace la vida de verdades con mentiras, de purezas con suciedades!", dejó escrito él, y también: "Voy a la naturaleza para poner de acuerdo con ella mi poesía". La deshonestidad para con el pensamiento original se torna, incluso, burla, sarcasmo, y hasta provocación al reparar en el capítulo elegido y el lugar en el que se coloca. Indecentemente, sin rubor ninguno, sin el menor reparo o pudicia, se invierte, se da la vuelta, se usa falaz, impunemente, para maquillar el rostro picado de viruelas, feróstico. No importa traicionar el pensamiento, la obra, la vida. Tal es, no la osadía, sino la desvergüenza. En llana expresión: ¡si levantara la cabeza "el loco" de Moguer!
Pero este ejemplo, por muy insultante que resulte, no es más que lo enunciado al comienzo. Un ejemplo de la desfachatez actual para adulterar cuanto se tercie y pervertirlo en función de los intereses de turno, ya sean económicos, políticos, personales... No resta ámbito que no subvierta la infamia. Patrón y muestra tenemos, y día a día, noticia a noticia, padecemos en prácticamente todos los espacios de la vida pública. Y de ésta confundida interesadamente con la privada. La alteración y el trueque sin reparar en límites éticos -y no digamos ya estéticos- se lleva a cabo sin despeinarse, sin aflojarse el nudo de la corbata de marca, sin alterar el tipo y, por supuesto, con la más ladina sonrisa convincente. Ahora, rizado el rizo, los medios justifican el fin.
Recuerdo la desazón que me produjo la primera vez que, refiriéndose a un rosa hermosísima, escuché a alguien decir: "¡Qué bonita... es perfecta, parece de plástico!" Ahora, lo oigo, lo oímos todos los días.
Juan Cobos Wilkins
Perversión
El País Andalucía 08/04/2007
En un grano de arena puede estar la duna y el desierto, acaso contener todas las orillas, incluso las inalcanzables. O abarcar el tiempo que cae implacable en el reloj. Lo más pequeño, a veces, se alza en poderoso símbolo, se torna ejemplo universal. Taimada, artera, la perversión acecha como una tenia en los estómagos orondos de esta (y de aquella y de la otra) sociedad, y flota, encantada, satisfecha, en sus jugos gástricos. Ahí, en la panza, se reproduce sin causar al cuerpo social la menor fatiga, vómito ninguno. Sólo, eso sí, más hambre y más sed de sí misma. Hipnotizados, abotargados, ni el corazón ni el cerebro se rebelan. La perversión, sofisticada siglos atrás, no se anda hoy con sinuosidades y, reflejo de la velocidad de nuestra época, abandona los buenos modales -que también conlleva cierta refinada perversión- y pasa de tergiversar o perturbar la esencia de las cosas a corromper directamente tal esencia.
Un claro, o más justamente: oscuro, ejemplo de lo dicho queda patente en la lírica ocurrencia de la central térmica, sita en la maltratada ría de Huelva, de poetizar su cuestionada actividad revistiendo su epidermis con un texto de Juan Ramón Jiménez. Nada más, nada menos. Las industrias del polo químico onubense, úlcera de un tiempo histórico sin voz ni voto, elevan su no caído muro de Berlín, una ruidosa muralla de humos y contaminación que, lacerantemente y en nombre de ese progreso de pan para hoy, separa y aleja a la ciudad de su estuario, de la mar. La renovación o ampliación de la central térmica de ciclo combinado ha sido -es, es- uno de los caballos de batalla actuales, transmutado ya en caballo de Troya que en su interior oculta una soldadesca de intereses emboscados. Cada uno, por supuesto, con su correspondiente tenia bien aleccionada. Decía Oscar Wilde, quien tanto dijo y tan cruelmente acallaron, que lo más profundo es la piel. A ella han ido quienes han querido envolver "el regalo" de la térmica en palabra de poeta. Llegando a la ciudad de Huelva desde las tierras de Juan Ramón, ahí donde confluyen las aguas del río Tinto y las del Odiel, justo ante la mirada petrificada de Colón, aparece -mamut sobrevivido, dinosaurio del futuro- la poderosa fachada de esa industria, enorme, intimidante. Y pintada de azul y blanco (¿querrá simular los cielos o rendir homenaje a la bandera onubense?), en ella se ha reproducido un fragmento de uno de los capítulos de Platero y yo. Precisamente del titulado El Vergel: "Como hemos venido a la capital, he querido que Platero vea El Vergel". Capítulo que continúa: "El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a trechos y a trechos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino. // ¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que empapa también el agua, por la sucesión de claros de yedra goteante de la verja! Dentro, juegan los niños."
No resulta muy difícil imaginar qué sentiría el Nobel, qué diría su verbo acerado y certero siempre al centro de la diana. Un poeta enamorado de la naturaleza, en deseante y deseada comunión con ella, héroe en vida y obra de la sencilla belleza pura, así utilizado, tergiversado así, traicionado hasta la obscenidad. "¡Qué mentira más triste ésta que hace la vida de verdades con mentiras, de purezas con suciedades!", dejó escrito él, y también: "Voy a la naturaleza para poner de acuerdo con ella mi poesía". La deshonestidad para con el pensamiento original se torna, incluso, burla, sarcasmo, y hasta provocación al reparar en el capítulo elegido y el lugar en el que se coloca. Indecentemente, sin rubor ninguno, sin el menor reparo o pudicia, se invierte, se da la vuelta, se usa falaz, impunemente, para maquillar el rostro picado de viruelas, feróstico. No importa traicionar el pensamiento, la obra, la vida. Tal es, no la osadía, sino la desvergüenza. En llana expresión: ¡si levantara la cabeza "el loco" de Moguer!
Pero este ejemplo, por muy insultante que resulte, no es más que lo enunciado al comienzo. Un ejemplo de la desfachatez actual para adulterar cuanto se tercie y pervertirlo en función de los intereses de turno, ya sean económicos, políticos, personales... No resta ámbito que no subvierta la infamia. Patrón y muestra tenemos, y día a día, noticia a noticia, padecemos en prácticamente todos los espacios de la vida pública. Y de ésta confundida interesadamente con la privada. La alteración y el trueque sin reparar en límites éticos -y no digamos ya estéticos- se lleva a cabo sin despeinarse, sin aflojarse el nudo de la corbata de marca, sin alterar el tipo y, por supuesto, con la más ladina sonrisa convincente. Ahora, rizado el rizo, los medios justifican el fin.
Recuerdo la desazón que me produjo la primera vez que, refiriéndose a un rosa hermosísima, escuché a alguien decir: "¡Qué bonita... es perfecta, parece de plástico!" Ahora, lo oigo, lo oímos todos los días.
Juan Cobos Wilkins
2 comentarios:
La perversión del lenguaje, sí, lo vemos todos los días.
Pese a todo, que no nos falten las palabras, para denunciar esto, para admirar aquello, que no nos falten.
Buen día, pese a los fosfoyesos. PAQUITA
Pues sí, Paquita. A Cobos Wilkins, como ves, no le faltan. Y las usa con gran maestría.
Besos
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