En España, cuyo más frecuente pecado capital ha venido siendo desde tiempos inmemoriales la envidia, es bien sabido —sin necesidad de encuestas, la pertinaz evidencia cotidiana avala tal afirmación— que entre el 99 y el 100 % de sus ciudadanos, pueblerinos y aldeanos son poseídos casi desde la misma cuna por el horripilante y descerebrado espectro de un seleccionador nacional de fútbol que, puertas giratorias del Averno mediantes, puede también adoptar a su antojo la personalidad de politólogo cum laude y Presidente del Gobierno por la Gracia de Dios. Y a título vitalicio, como los reyes. Esto ha venido siendo así hasta hace poco. Pero la cosa, tras la aparición de Rosalía Vila en el panorama artístico nacional, ha terminado complicándose. Así, se ha puesto la noche rara, y ahora todos llevamos también en lo más adentro un implacable, maleducado y soez a lo Perez-Reverte, y muy vehemente e infalible crítico musical. Sin puta idea acerca del oficio, pero implacable y etcétera. Mu mal, mu mal, mu mal.
(Sordoceguera logorreica, esa sin par sociopatología, connatural a la Marca España)
(Sordoceguera logorreica, esa sin par sociopatología, connatural a la Marca España)
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