sábado, 25 de marzo de 2017

¿Terrorismo? ¿Qué terrorismo?


Terrorismo, ya se ha visto por aquellos que de cuando en vez se animan a levantar los párpados, es una palabreja promiscua hasta la heces en relación con las muchas y muy diferentes realidades con las que se le atribuye un más o menos sórdido romance. Lo mismo vale para, arremangándose la toga, intentar follarse a una tuitera, que para tratar de cortarles las pelotas a unos titiriteros anarquistas y perroflautas. Para que nuestros magistrados neonacionalcatolicistas patrios, en un desempeño tan poco profesional como muy arbitrario y aberrante de sus cometidos, se alineen con antiguos fascistas en defensa de un supuesto honor que aquellos nunca tuvieron, o para que hagan una enorme montaña de mierda de una estúpida bronca de discoteca. En esta palabreja tan prostituida, por otra parte, amén de no ser todos los que están, tampoco están todos los que debieran. Y faltan los principales, esos que, desde púlpitos e instituciones, defienden a uñas y dientes este sistema criminal y mafioso —al que tildan con inusitado cinismo de ser el mejor de entre todos los posibles— mediante el cual se organiza el mundo para que unos pocos se peguen la gran vida a costa de las miserias de los muchos. Así, por ejemplo, Cospedal se dispone a incrementar el gasto presupuestario destinado a tirotear a inocentes en aquellos países donde lo ordene Trump a fin de colonizarlos y esquilmarlos al servicio del Imperio, en tanto nos cuentan el cuento de que no hay suficientes recursos para destinar a un sistema sanitario público, universal y de calidad. Yo a esto lo llamo terrorismo. Y esto sí que lo es.

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