El éxito de ventas de mis novelas Los Tres Mosqueteros y el Conde de Montecristo me ha valido para realizar un sueño tan caprichoso como costoso de mantener: ¡Fue bello mientras duró!
Mi nueva mansión se ubicó en los campos que rodean un pueblecito cercano a París. En su arquitectura rindo culto a la literatura, mi profesión y gran vocación en esta vida. Un friso rodea todo el edificio, con cabezas labradas de los grandes genios, desde Homero a Esquilo, de Shakespeare a Goethe, de Byron a Victor Hugo.
También homenajeo a la historia del arte occidental. Las diferentes piezas de la casa combinan sobrias moles románicas, estilizadas fachadas góticas, equilibradas arquitecturas renacentistas, recargados decorados barrocos y el serio estilo neoclásico. Tienen en común sus terminaciones, donde evoco la arquitectura francesa, a las diferentes regiones de mi patria. Todas acaban en mansardas o buhardillas de oscura pizarra, coronadas por veletas de formas diferentes, típicas de la Provenza, el Languedoc...
En el interior de mi palacete hay espacios para la intimidad, propensos a la creación literaria. Busco a las musas en una elegante estancia Luis XIV, toda decorada en blanco y oro; en una habitación árabe, llena de alfombras y almohadones orientales y cuyos techos artesonados se han copiado del palacio granadino de la Alhambra; o –ya en medio del jardín- en un castillete gótico, algo más alto que mi persona, donde he instalado mi gabinete de trabajo. Su techo es un cielo azul, cuajado de estrellas.
Desde las ventanas contemplo el paisaje, dispuesto en sucesivos escalones del relieve: El pueblecito y el río, en la lejanía; sus desnudas campiñas circundantes que cambian de color con las estaciones; las colinas boscosas más próximas, y mi jardín inglés. Todo él está tapizado de alfombras de verde y reluciente césped, fragmentadas por caminos de grava escoltados por setos de boj. Su estudiada geometría se rompe, de vez en cuando, por algunos grandes árboles de sombra bajo los que hay varios cenadores, para sentarse a tertuliar al aire libre. Sin embargo, no es un parque sin vida. En él he instalado perreras, gateras y pajareras, un estanque con peces de colores; y he dispuesto cobijos para diversos animales que recogí y adopté en mis viajes como el árbol de lianas donde vive un macaco de Indochina o la gran vasija donde tiene su nido un buitre español, además de una choza que sirve de estancia a un gran gallo bretón y su prole, que tenía el anterior granjero dueño de la propiedad.
Para Saber más. MAUROIS, ANDRÉ. Los Tres Dumas. 1964. Plaza y Janés. Barcelona.
(¢) Carlos Parejo Delgado