No sé quién fue el sabio que definió la cultura como “aquello que nos queda después de olvidar todo lo que aprendimos en el bachillerato”. El hombre culto sabe cosas, no listas de datos y fechas. Y en todo caso sabe desenvolverse en Wikipedia.
Y es por ahí por dónde empieza a verse venir al cultureta. Desde la lista de los Reyes Godos al último premiado del Festival de Cine Conceptual de Villaconejos no hay rareza que no se sepa, nI ante la que no ponga los ojos en blanco y lo que es peor, deje pasar una sola oportunidad de hacértelo saber venga o no venga a cuento.
El cultureta, figura tóxica en cualquier ambiente cultural y cualquier sociedad, resulta afortunadamente fácil de detectar. Y para un observador avisado, digno de risión y coña marinera
El cultureta viene a ser la caricatura bufa del intelectual. Su omnipresencia en cualquier evento es lo primero que lo delata. Porque, a ver, es metafísicamente imposible que te guste, que te atraiga absolutamente todo lo que pueda caber bajo esa odiosa etiqueta de “lo cultural”.
Para el cultureta en ejercicio tanto da si el asunto va de folclore maragato, de música de vihuela, de artesanía alpujarreña o de un seminario sobre el psicoanálisis. Al cultureta le es indiferente que le anuncien unos cursillos sobre los últimos hallazgos en física quántica o acerca de la manufactura del esparto. Allí lo encontrarán, allí acudirá como un solo hombre. La única condición es que aquello por lo que dice perder el culo interese a poca gente.
Que esa es otra. Si por ventura aquél a quien dice haber descubierto, sea un artista, un cineasta o un cantautor, y del que se convierte en hagiógrafo exégeta pregonando a los cuatro vientos su genialidad, llegase a acceder a una popularidad mediana, el cultureta se apresurará a descabalgarse de sus seguidores. Hasta ahí podíamos llegar, él haciendo de palmero de uno que gusta a todo el mundo.
Porque el silogismo es tal que así. Si todos aplauden ahora a fulanito -¡yo lo vi primero!-, y todos son un erial cultural, siendo así que yo soy especial y mi gusto más refinado, la nueva figura no me merece. Y desde ese momento, leña al mono. “Se ha mercantilizado”, sentenciarán ante quien les recuerde que fue él mismo quien se lo recomendó.
El cultureta habla de Kirkegaard como otros hablan de Cristiano Ronaldo, jartible. Para el cultureta todo best seller literario es una mierda pinchá’n’un’palo porque ya se sabe que lo que gusta a las masas no tiene altura. Para el cultureta cualquier película revientataquillas no vale los seis pavos de la entrada; lo suyo es el cine camboyano, y desde luego en versión original; el cine camboyano hay que degustarlo en camboyano caiga quien caiga. El cultureta debe hacer mucho zapping, porque siempre que se refiere despectivo y escandalizado al último desatino de Gran Hermano o de Sálvame lo hace con la muletilla previa de “estaba yo ayer haciendo zapping y veo a ese, al Jorge Javier no-sé-qué, enseñando el culo (pongo por caso)…” El cultureta acabará antes o después haciéndose una foto de solapa de libro, posando y pensando distante y displicente con una mano en la barbilla. El cultureta dará los codazos que sean necesarios para subírsele a la chepa a cualquier consagrado que se deje caer por su pueblo a dar una charleta o a leer el pregón de las fiestas. Y agarrándolo como si fuera a detenerlo se hará con él un selfie poniendo la misma cara que pone Blesa cuando se retrata junto al elefante que acaba de abatir. El cultureta te dará la barrila con la última instalación perecedera en ARCO y se escandalizará de que tú te escandalices y opines que aquello es una bacalá en toda regla. No hablo del atavío indumentario por no resultar del todo tópico en mi reflexión, pero también. En mi época fueron trenkas y pipa humeante. Hoy la cosa va más bien de un cierto y estudiado desaliño donde no pueden faltar la barba y el pañuelo palestino en ellos ni el flequillo abertzale y la mata de pelo sobaquero en ellas, a partir de lo cual Albert Camus y nuestro cultureta, primos hermanos.
Por desactivar la inminente acusación de culteretismo hacia mi persona, admito y asumo reconocerme en muchos de estos tics en otra época; ante confesión de parte no hay causa posible. Los años todo lo curan y puedo decir, y digo aquí y ahora, que yo fui ese gilipollas. Y afirmo que un día abdiqué de los pudores de decir urbi et orbe que no pillo ni un haiku, que a mí me gusta la pintura luminista del XIX y que ante “El Grito” de Munch ni frío ni calor. Que cuando me imprecan ojipláticos que “¡¿pero no has leído a Nietzche?!” me gusta responderles que no, pero que como tampoco Nietzche me ha leído a mí estamos a mano. Que desde ese día soy feliz.
Porque si en mi casa suena a todo decibelio Haydn, imagino que para desesperación de los vecinos, no es porque yo sea muy culto; es porque tiene una marcha que te cagas. Cuánto daño ha hecho a la ópera la convencíón social de la media etiqueta. Donzetti o Mozart suenan que flipas si los escuchas en vaqueros. Y convendría no olvidar que cualquiera de ellos no era más que el David Bisbal del s. XVIII.
Se oye machaconamente en cualquier foro lo de “luchar por la cultura”. Se oye eso y se denosta la dejadez de la oficialidad al respecto de su gestión. Del todo de acuerdo. Pero, cómodo como se hace uno a determinadas alturas de la vida, entiendo la cultura como una oportunidad de goce, de disfrute, incluso desde la osadía de su práctica, no como una cruzada ni un sacerdocio. El cultureta en cambio se autoerige en custodio de las artes, en guardián del fuego sagrado de la cultura. Viene a ser algo así como un gobierno en el exilio de la cultura usurpada.
Yo escribo versos porque me salen del alma y porque me sale de más abajo del alma, no para fomentar nada. Pinto como Dios me da a entender porque me lo paso como un enano y porque a veces engaño a alguno y le vendo un cuadro. Nada de eso me hace superior a nadie. Ni leer a los autores y los géneros que me gustan, sólo los que me gustan y me ponen, me da timbre de intelectual. De hecho con todo lo que uno ignora podría escribirse la Enciclopedia Británica.
Se ruega que si alguna vez se me escapa una de esas poses se sirvan darme un par de hostias para ponerme en mi sitio y se me pase la tontería.
(P.D.- Nunca tuve güevos de acabarme “Ulises”, ¿qué passsa?)
Texto e ilustración: Agustín Casado