viernes, 8 de junio de 2007

Desde el espejo





Hoy,

Nada más levantarme, me he mirado

Atentamente al espejo.


Me ha resultado curioso percatarme

De que, a pesar de que me afeito cada mañana,

Hacía tiempo que no me observaba

Tan detenidamente. Y no lo acabo de entender, porque

Para ir ya camino de los 47

Lo cierto es que no se me ve del todo mal

Y, desde la última vez hasta ahora,

No parece que, tampoco,

Haya llegado a envejecer demasiado.


Pero el caso es

Que esta mañana, frente al espejo,

Sin saber porqué razón,

He tratado de encontrar en mi rostro algún cambio

Que, de algún modo, pudiera

Considerarse significativo.


Los mismos labios, quizá un poco más resecos

-debe ser por este calor árido que,

Inesperadamente, ha irrumpido a mazazos-,

Las mismas ojeras graves,

Muy marcadas por debajo de los párpados,

La misma casi imperceptible cicatriz

En la barbilla -recuerdo de mis buenos tiempos de baloncesto-,

Los mismos ojos verde oscuros mirándome

Desde su sempiterno aire de tristeza

-“Esa tristeza en tus ojos, ¡los hace tan bellos!”,

Me dijo alguien en una ocasión-


Todo, en apariencia, sigue en orden,

Nada ha cambiado, todo es igual.

Pero… perplejo y con recelo, descubro de repente,

Que éste que me mira desde el fondo del espejo

Ya no es el mismo, es un otro

Que me resulta

Desconocido, completamente ajeno

Y desconocido, y que para nada es merecedor

De un poco de mi confianza.


De súbito

Un terror antiguo se me aferra a la garganta

Y, con su angustia, me roba el aire.


Tratando, tal vez en vano, de protegerme,

Descargo un golpe seco con el puño sobre el vidrio azogado,

Y su imagen se quiebra en mil pedazos

Que profieren espantosas carcajadas

Cuando arañan con encono mis pies desnudos

Y el sucio terrazo del baño.


- “¡Vaya!, 7 años más de mala suerte” –me digo,

Mientras corto un largo trozo de papel higiénico

Con el que me afano en limpiar, meticuloso,

Las incontables salpicaduras de sangre

Que lo inundan todo -esta sangre que no sé

Si es la mía, o del extraño que, amenazante,

Ha estado observando como me afeitaba cada mañana

Desde el fondo del espejo-.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si eres un chaval! como vas a estar mal?
hala! límpiate la sangre y sigue bailando/ rimando/ gozando/ porque somos muchos y estamos ... aquí.
Un beso PAQUITA

Anónimo dijo...

Gracias, Paquita, como te digo, eres la leche. También subiendo la autoestima.

Aunque confieso que yo también me sigo sintiendo un chaval, no sé si será cosa de familia. Mi padre, cuando ya estaba bastante decrépito, al referirse a gente bastante más joven que él, siempre decía "¡Mira tú, el viejo ese!" y se quedaba tan pancho.

Besos