Odiel Información
En su afán sin descanso por encontrar las armas de destrucción masiva que no estaban en Irak, el pentágono decreta que la poesía puede dañar seriamente la salud. La salud de los torturadores. Creen que la poesía puede desordenar el orden mundial y hasta despertar sospechas en las mentes de quienes la leyeren, vieren y entendieren. Por eso hay que quemar los poemas; mejor aún, hay que evitarlos. Un poema en manos de un secuestrado es una bomba de relojería de efectos desastrosos e incalculables; un solo verso nacido de las frustraciones de un apresado ciego puede hacer más daño que una mina antipersona. Y ellos, los verdugos, saben muy bien cuánto duelen las heridas de las bombas, porque en unidad de dolores miden su potencia. Lo que todavía no saben es que la poesía siempre fue consecuencia de la guerra y no causa. La poesía nació muchas veces del dolor y de la muerte y jamás los produjo. Que fue parida en las cárceles en un afán por derribar sus propios muros y que nunca levantó ninguno. Que no hay palabra escrita o cantada que pueda hacer derramar la sangre de las mujeres y la sangre de los hombres y que sin embargo sí se escribieron muchos poemas con esa misma sangre como combustible siniestro e injustificable.
Porque creen los verdugos que un cachito de dignidad puede librarse de los barrotes a lomos de una palabra escrita, les arrancan de las manos los papeles y los lápices, a los presos sin derecho a juicio, a los secuestrados. No están dispuestos a tolerarlo. Porque en el espacio que queda entre el holocausto de Guantánamo y la muerte caben unas metáforas, los encarcelados en la jaula cubana, escogen la vida, y así con un pequeño guijarro (guijarro humilde) han escavado un túnel desde el borde de un vaso de poliespán, tan hondo que les ha llevado hasta la playa. Escribieron palabras peligrosas de auxilio, versos destructores de conciencias, poemas depredadores de justicia. Escribieron todo un arsenal de mensajes al mundo como terapia, como escapatoria urgente y única, como huida sin salir siquiera de la mordaza ni del capuchón de cetrería, sin lápiz ni papel, sin fuerzas, casi sin sangre. Poesía necesaria, para cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, dijo Celaya.
Estos poemas ‘considerados peligrosos para la seguridad nacional’ serán publicados por una editorial estadounidense bajo las miradas de la dura censura militar. Dicen que los zapadores irán acordonando la zona circundante a las librerías en donde se vayan presentando los poemarios, no sea que el efecto colateral de metáforas tan subversivas dañe la ‘paz duradera’. Estamos, pues, a la espera del uso o abuso que de tan triste expresión entre literaria y terapéutica se haga en los estados del norte. Que igual nos encontramos un poema de Jumah al Dossari adornando la fachada de una central nuclear, incluso la fachada de algún campo de concentración o la de una central térmica. Por qué no, ahora que ya se estudiaron a Juan Ramón Jiménez los de Endesa y les han pillado el punto de imagen que da la cosa poética, pues igual hasta patrocinan la traducción al castellano de los poemas de Guantánamo.
Porque creen los verdugos que un cachito de dignidad puede librarse de los barrotes a lomos de una palabra escrita, les arrancan de las manos los papeles y los lápices, a los presos sin derecho a juicio, a los secuestrados. No están dispuestos a tolerarlo. Porque en el espacio que queda entre el holocausto de Guantánamo y la muerte caben unas metáforas, los encarcelados en la jaula cubana, escogen la vida, y así con un pequeño guijarro (guijarro humilde) han escavado un túnel desde el borde de un vaso de poliespán, tan hondo que les ha llevado hasta la playa. Escribieron palabras peligrosas de auxilio, versos destructores de conciencias, poemas depredadores de justicia. Escribieron todo un arsenal de mensajes al mundo como terapia, como escapatoria urgente y única, como huida sin salir siquiera de la mordaza ni del capuchón de cetrería, sin lápiz ni papel, sin fuerzas, casi sin sangre. Poesía necesaria, para cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, dijo Celaya.
Estos poemas ‘considerados peligrosos para la seguridad nacional’ serán publicados por una editorial estadounidense bajo las miradas de la dura censura militar. Dicen que los zapadores irán acordonando la zona circundante a las librerías en donde se vayan presentando los poemarios, no sea que el efecto colateral de metáforas tan subversivas dañe la ‘paz duradera’. Estamos, pues, a la espera del uso o abuso que de tan triste expresión entre literaria y terapéutica se haga en los estados del norte. Que igual nos encontramos un poema de Jumah al Dossari adornando la fachada de una central nuclear, incluso la fachada de algún campo de concentración o la de una central térmica. Por qué no, ahora que ya se estudiaron a Juan Ramón Jiménez los de Endesa y les han pillado el punto de imagen que da la cosa poética, pues igual hasta patrocinan la traducción al castellano de los poemas de Guantánamo.
María Gómez Martínez
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