algunos —cada lapso
nuevo son más— codician
ir de la piel al tuétano
pero no tienen tuétano
y su piel y su carne
y sus sueños y su alma
perecedera —que es
el tuétano y el viaje
hacia lo hondo y la nada—
vuelan hechas jirones
asidas por las fauces
del viento que en la noche
vocifera quebrando
la cervical del cántico
no tienen corazón
—les fue robado
en su lugar la lepra
desbocada palpita
rebuscando en la sangre
que mana por la herida
las migajas rusientes
de una última esperanza
pero en el gueto el frío
repele todo atisbo
de maná susceptible
de instalarse en el hueco
del hueso inexistente
algunos —cada nuevo
colapso más y más
escuálidos— no tienen
más opción que morderse
el labio y confiar
su suerte a las miasmas
que nutren el azogue
hay otros—sin embargo—
que en lugar de rendirse
al estrépito cantan
para ahuyentar el hálito
nocivo de los dioses
así siembran al fondo
del hueco la semilla
de la salida franca
y la ruta que llevan
a la región del fuego
donde yacen los restos
de un postrer Prometeo
Ilustración: Prometeo lleva el fuego a la humanidad, de Heinrich Friedrich Füger.
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