Patinadores y ciclistas de todas las edades vuelan hacia el centro de la ciudad. A sus márgenes se va arremolinando el público más variopinto, sobre el que parasitan mendigos, vendedores ambulantes y artistas callejeros de tantas razas como en la torre de Babel: Gitanos, Subsaharianos, latinoamericanos, anglosajones, nórdicos, eslavos, rumanos, asiáticos,…
¡Cuántas modas caben en una calle principal del siglo XXI¡ Jovenes torsidesnudos en bañador llevan de bufanda a muchachas de minimalistas camisetas y estallantes shorts. Familias de chándales de hipermercado se confunden entre sí. Estos tres grupos marcan tendencia y delimitan la frontera de lo moderno frente a lo antiguo. Y es que perviven aún viejas señoras embutidas en anchas y cómodas batas baratas, junto a matrimonios típicamente sevillanos. Éstos pintan agudos contrastes de colores: Los trajes femeninos son claros y floreados como una alegre acuarela, mientras ellos van trajiencorbatados de azul-gris.
De pronto irrumpe, como un agujero negro en el universo, una pareja mayor proveniente de otro espacio y otro tiempo. Él va elegantemente vestido de blanco y se cubre con su jipi japa color canela. Parece un Indiano llegado de la Cuba española. Ella luce bata rociera y mantón de manila, y adorna sus cabellos con olorosos claveles.
© Carlos Parejo Delgado
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