viernes, 29 de junio de 2012

Ciclos


Érase una vez, en un país no muy lejano, un gran cerdo que no se alimentaba de otra cosa que no fuese carne de oveja. Tal era su voracidad, que los rebaños destinados a saciarlo, crecían y crecían sin mesura hasta que terminaban agotando hasta la última brizna de hierba de aquellos prados, tan inmensos y feraces, que parecieran infinitos. Cada vez que esto sucedía, el gran cerdo, en tanto volvía a crecer el pasto de manera suficiente para que engordasen de nuevo los diezmados y enflaquecidos rumiantes, iba devorando uno a uno a los pastores que tenía a su servicio.

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