martes, 17 de enero de 2012

Triibulaciones de una crisálida (XXXII)


Un hombre, maniatado, su alma al límite, espera la llegada del verdugo; el bálsamo violento que lo libre del sórdido suplico que le inflige el silencio; que, sádico, le arranque, con la sangre, y en su hálito postrero, la mordaza, dejando que su aullido ahogado rompa el tímpano plateado de la luna. Un hombre, hecho jirones, mudo, espera. Tras él, encapuchado e inaudible, oculto entre las sombras, con cruel delectación goza su inútil, su ilusa y ardua espera, el bárbaro y herético mutismo de la perenne ausencia.

1 comentario:

erato dijo...

Barbarie, aullidos y otros dolores estériles producen algunos mutismos con ausencia.Qué bello y qué duro!Besos