La barriada del Carmen estaba hundida y soterrada por dos de sus lados. Y, por los otros, separada por un muro de ladrillo de la “barriada del Chocolate”, como la llamábamos por sus pisos de color marrón. ¡Cuántas batallas campales con balas de piedra a través de ese muro, con los chavales señoritingos de la otra barriada¡ ¡Qué apresurados toques de queda, cada uno a su casa, cuando rompíamos la luna de un coche¡ Hace ya medio siglo que vine al mundo en estos bloques de pisos baratos. Siguen siendo humildes y pobres. Los viejos permanecen. Los adultos y jóvenes han emigrado. El tiempo tecnológico no pasa por este lugar.
Los recuerdos de mi infancia se encuentran intactos. La blanca Iglesia de San Leandro. Su esbelta torre con un campanario extraño, de forma abstracta, copiado por el arquitecto de un libro sobre la ciudad de Chicago. Nos preparábamos para hacer la “primera comunión”. El cura tiraba moneditas alrededor suyo, para que nos peleáramos por coger cuántas más, mejor. El “Campo Grande”, antes tan lleno de bullicio, era el lugar ideal para correr jugando a “policías y ladrones”, “El Látigo” o “Al Cielo voy”. Hoy está mustio, lleno de silencio y soledad. Una placa conmemorativa evoca a Paco “El Melena”. Su puesto callejero de chucherías y golosinas, pintado a rayas blanquiverdes como buen bético que era, hizo las delicias de la chavalería de varias generaciones. Cruzo la calle y abro una verja: El “Campo Chico”. Sobre su tierra mojada jugábamos al “Trompo”, “las Canicas”, “la Lima” y “la Billarda”. E improvisábamos partidillos de fútbol. Cada gol estampaba en la verja de uno de los bajos de los bloques, y era coreado por los alaridos de las madres, a las que parecía un terremoto. Sigo hacia el fondo y tuerzo a la derecha, enfilando el muro. Allí está “el jardín”, lugar de reunión de la pandilla infantil. Siempre fui el primero en acudir a las citas. Me escabullía entre los barrotes de la verja que lo separaba de mi hogar, de tan menudo y delgado que estaba. Hoy hay más abandono y jaramagos pardos que hierba y verdor. Me siento en el único banco que siempre hubo. Abro la botella de champán y comienzo a comer las uvas del fin de año 2011. La vorágine del siglo sigue su curso ahí afuera. Aquí no pasa el tiempo.
Los recuerdos de mi infancia se encuentran intactos. La blanca Iglesia de San Leandro. Su esbelta torre con un campanario extraño, de forma abstracta, copiado por el arquitecto de un libro sobre la ciudad de Chicago. Nos preparábamos para hacer la “primera comunión”. El cura tiraba moneditas alrededor suyo, para que nos peleáramos por coger cuántas más, mejor. El “Campo Grande”, antes tan lleno de bullicio, era el lugar ideal para correr jugando a “policías y ladrones”, “El Látigo” o “Al Cielo voy”. Hoy está mustio, lleno de silencio y soledad. Una placa conmemorativa evoca a Paco “El Melena”. Su puesto callejero de chucherías y golosinas, pintado a rayas blanquiverdes como buen bético que era, hizo las delicias de la chavalería de varias generaciones. Cruzo la calle y abro una verja: El “Campo Chico”. Sobre su tierra mojada jugábamos al “Trompo”, “las Canicas”, “la Lima” y “la Billarda”. E improvisábamos partidillos de fútbol. Cada gol estampaba en la verja de uno de los bajos de los bloques, y era coreado por los alaridos de las madres, a las que parecía un terremoto. Sigo hacia el fondo y tuerzo a la derecha, enfilando el muro. Allí está “el jardín”, lugar de reunión de la pandilla infantil. Siempre fui el primero en acudir a las citas. Me escabullía entre los barrotes de la verja que lo separaba de mi hogar, de tan menudo y delgado que estaba. Hoy hay más abandono y jaramagos pardos que hierba y verdor. Me siento en el único banco que siempre hubo. Abro la botella de champán y comienzo a comer las uvas del fin de año 2011. La vorágine del siglo sigue su curso ahí afuera. Aquí no pasa el tiempo.
© Carlos Parejo Delgado
2 comentarios:
Qué bonitos recuerdos, puedo imaginar muchas de las imágenes. Aunque ese cura era medio (no pondré la palabra que me viene a la mente), eso de tirar moneditas para ver cómo se peleaban por ellas no me resulta simpático. ¿Será que yo no entiendo nada de religión o que la iglesia tampoco me es muy simpática? Igual, dejémoslo ahí y pensemos en la placa a Paco “El Melena“. (Esa imagen me gusta más)
En fin, que me gustó y que hoy ando bien “centradita” (Sonrío)
Mis besos Rafa
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