El trigo de la tarde alzó sus alas, desgarrando la piel de la tormenta. Su beso cálido de lluvia azul desparramó su inesperado aliento sobre el páramo, y el légamo reseco desde tanto, volvió a soñarse sangre a contramano, vivo azogue. Fue sólo el tiempo que transcurre entre el ámbar y el rojo de un semáforo, pero un relámpago infinito iluminó el poniente, venciendo con su cántico la agónica vehemencia del ocaso. ¡Lo hubiese dado todo por extinguirse en ese instante, petrificado entre las mieses!, ¡por ser testigo eterno del más fecundo abismo!, ¡de esa asfixia infinita que se abandona y vence, al cumplir su destino! Lo hubiese dado todo, pero en sus venas yermas se evaporó el rocío, como se apaga el horizonte bajo una luna ahogada en la cellisca. Y sin embargo entre sus grietas brilla desde entonces, un fulgor amarillo con matices cerúleos, que duele con dulzura, sobre un mar de salitre.
1 comentario:
Tus desgarros literarios me duelen, mira tú si un día vengo y leo que tienes un amor correspondido y que vives en una nube rosa deshojando margaritas. (Qué cursi me quedó esto)…¡Me daría un infarto!
Besos Rafa
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