Mi sobrino veinteañero ha vivido una pasión abrasadora con una vecina de la calle. Se han intercambiado más de una docena de mensajes electrónicos al día durante seis semanas, prometiéndose el oro y el moro. Y, al final, han gastado rápidamente su amor de tanto usarlo, como si fuera la suela de sus zapatos de plástico de los “chinos”. Le he prestado, para digerir la decepción, las cartas de amores que mantuvo su tatarabuela. La Condesa tardaba varios días en escribirlas, con inmaculada letra de imprenta sobre un papel rosa perfumado en azahar. Una copia y la respuesta del pretendiente eran guardadas celosamente en el cofrecillo de ébano y nácar de su escritorio. Lo abría frecuentemente con una llave de plata, colgada día y noche de su cuello, y estudiaba detalladamente las frases de cada misiva, a la par que repasaba el árbol genealógico de su futura pareja.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
1 comentario:
Una sonrisa. Me sale una sonrisa, Muy lindo, muy tierno, muy socarrón (socabrón)...
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