Mi bisabuelo fue un perro perdiguero que cazaba en la Sierra Morena. Cuando viejo lo abandonaron y vagabundeaba en grupo por la ciudad, arrasando cuanto comestible se le pusiera al paso, aunque siempre ojo avizor con los de la perrera municipal.
Mis padres fueron perros guardianes. Él vigilaba el almacén de sillas y ella estaba encadenada a su casita en el jardín del chalet familiar.
Los perros del siglo veintiuno abundamos entre jóvenes y adultos que se sienten solos; nos han adoptado como compañeros de alcoba o sucedánea familia numerosa. Y nos cuidan maravillosamente: Nos sacan a pasear tres veces al día, nos llevan a los parques caninos para flirtear con otros congéneres o al veterinario cuando enfermamos; Algunos, incluso, nos miman con elegantes chalecos de lana para el invierno, impermeables en los días de lluvia, y sofisticados pelajes preparados en peluquerías caninas, cuando vamos a bautizos, comuniones y bodas.
(¢) Carlos Parejo Delgado
1 comentario:
Sì, hay en muchos casos hasta falta de respeto hacia el propio animal....
Publicar un comentario