Con frecuencia se compara, aberrantemente, al amor con la guerra. “En el amor y en la guerra todo vale”. Esta frase, sin duda, establece una similitud, amén de desafortunada, harto peligrosa. Porque con ella no sólo se está dando “razón” de ser a la sinrazón que reza que el fin justifica los medios, sino que, además, se está colocando a la misma altura al elevado sentimiento del amor, estrechamente emparentado con la paz, y a la bajeza ignominiosa de la guerra, culmen de violencia. Y esos son dos “argumentos” inaceptables.
No obstante, qué duda cabe del profundo dolor que ocasiona –imagino que al igual que en la guerra- el sentirse vencido en el amor. Pero más doloroso es aún, sintiéndose con fuerzas para seguir intentándolo, haber de rendirse por respeto al otro, para tratar de evitar cualquier posibilidad de herirlo. Pero éste –que ya no tiene cabida en la guerra- es un sacrificio que, llegado el momento, aquél que ama ha de asumir. Pues, de no ser así, ese presunto amor no sería más que un espejo donde se mira el odio, con muchas posibilidades de quebrarse en miles de afiladas esquirlas prestas a derramar sangre; como en la guerra. O en la guerra misma, como símil de violencia. Debemos amar no porque y para que nos amen. Simplemente amar y en honor de ese amor ser capaces hasta de renunciar al otro. Y nunca jamás tratar de justificar en nuestro dolor, el dolor que podamos causar a quienes decimos amar.
Pocas enseñanzas habrá tan duras de asumir como ésta. Pero tampoco tan imprescindibles para sentar algunas de las bases necesarias que nos permitan evitar confundir amor y guerra, o que terminemos haciendo la guerra contra aquellos que creemos amar. Una enseñanza con la que saldremos reforzados en nuestra capacidad de amar y, a la vez, comenzaremos realmente a ser dignos de ser amados, por muchas que sean las ocasiones en las que debamos acabar rindiéndonos.
Y en el camino de este aprendizaje continuo, qué duda cabe –como digo no es nada fácil- de que suspenderemos muchas asignaturas, pero no por ello deberíamos dejar de seguir intentándolo con la intención de doctorarnos cum laude.
En este punto podría terminar este artículo y quedaría de lo más abnegado y romántico. Pero, ¿sería suficiente?, ¿estaría contribuyendo –o, al menos intentándolo- de algún modo, aparte de al mayor o menor lucimiento del que escribe, a buscar soluciones al asunto que nos ocupa, que no es otro que el de la violencia?
No.
Volvamos al principio: “En el amor y en la guerra todo vale”. Amor y guerra –o amor y muerte-, las dos grandes fuerzas que mueven al ser humano, y, en ellas, todo vale. De nuevo nos encontramos con el fin justificando los medios y en cualesquiera situaciones. Hay muchas frases hechas, y ésta es una de ellas, que no hacen más que reflejar fielmente la conciencia social o, en el caso de sociedades desocializadas como la actual, su inconsciencia.
Nos ha tocado vivir en una sociedad, tremendamente beligerante, “construida” por y para la violencia -“Guerra es Paz” que dijera Orwell. Una sociedad tiranizada por los contravalores de la competitividad y el éxito a cualquier precio, entendido aquél como la consecución de cuantos “bienes”, casi siempre con un carácter estrictamente material, sean posibles. Y aquél que se queda en el camino sin alcanzar la meta, acaba siendo considerado un fracasado, tan sólo “digno” del desprecio y hasta la burla por parte de los triunfadores.
“En el amor y en la guerra todo vale”. Difícilmente, y a poco que reflexionemos, podremos mostrarnos extrañados, sinceramente, por las violencias latente y manifiesta de nuestra sociedad, reflejada en esta frase. Una sociedad en la que –es preciso insistir- cada uno de sus individuos ha de tratar de apropiarse, al precio que sea y excluyendo a los otros, de cuantos más y “mejores” “bienes” materiales, mejor. Y en ese concepto de “bienes”, no lo obviemos, están incluidos los seres humanos. Todo ha de ser mío y, si para ello es necesario, haré uso de toda la violencia para la que esté capacitado, si es que el hecho de poder ejercer la violencia puede ser considerado como una capacitación.
No se trata, con todo lo anterior, de negar la responsabilidad individual que nos corresponde por cada uno de nuestros actos. Al fin y al cabo, siempre tendremos ahí al libre albedrío, entendido éste despojado de cualquier connotación religiosa, que no ética. Siempre podremos optar por no hacer a los demás lo que no deseamos para nosotros mismos. (Aunque es preciso reconocer que, inmersos en esta carrera desbocada hacia el abismo en la que nos vemos casi obligados a ir pisoteándonos continuamente los unos a los otros y teniendo en cuenta que tampoco deja de ser ético tratar de evitar en nosotros lo que no desearíamos que sufriesen los demás, la cosa se complica).
De lo que se trata es de poner de manifiesto que hay una serie de superestructuras invisibles –un lado oscuro- que, como vampiros al abrigo de la noche, se alimentan de violencia. Una violencia que es única en su origen, aunque se manifieste con diferentes máscaras. La violencia de género, la violencia empresarial –ya sea activa, como sucede en los casos de acoso, ya pasiva, como causa de tantos y tantos siniestros laborales-, la violencia en el mundo del “deporte” –en los campos de juego, las gradas y las calles-… y la violencia gratuita o sadismo que, en parte, es resultado de la “sublimación” de las anteriores, nacen todas del mismo monstruoso útero, y cuando se da una, se suelen dar las restantes.
Así que se podrán poner en marcha cuantas -sin duda, necesarias- políticas y actuaciones se quiera contra todas y cada una de esas manifestaciones, que no tipos, de violencia, pero, con ellas, en tanto no se emprendan actuaciones radicales contra el origen del que emanan –competitividad e individualismo como modo de apropiación privativa y exclusivista de bienes-, lo único que como mucho se logrará –utilizando de nuevo símiles bélicos, como ven resulta casi inevitable- es ganar algunas batallas mientras se va perdiendo irremisiblemente la guerra.
La pregunta es: ¿Están los poderes fácticos, a través de la correa de transmisión pseudo-democrática de los poderes "públicos", dispuestos a que se pongan en marcha las actuaciones necesarias para erradicar ese origen de la violencia en el que encuentran su “razón” de ser?
Y una de las respuestas más probables: “En el amor y en la guerra todo vale”.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
5 comentarios:
Mi respuesta es que no interesa. No les interesa el amor, ni les interesa eliminar la violencia.
Pasar de todo, que no pase nada mientras pasa de todo. Nada de grandes compromisos, nada de trabajar por la paz, para la paz, por el maor, para el amor....es mucho para ellos.
Un abrazo.
Bueno, ellos trabajan también por el amor,,,por el amor a la pasta,al poder,a la codicia...
Lo que más me asusta es que no sólo no estén dispuestos a eliminar la violencia sino que la alimenten con manipulaciones del tipo "el amor incondicional lo perdona todo"(que se lo digan a las maltratadas), no hay que rendirse(hay que ser el mejor y no se admite perder)o la que tú comentas comparando el amor y la guerra. Muy acertada tu forma de verla en mi opinión. Sólo añadir que decir "yo te quiero" es independiente de lo que se escuche a cambio y que esa renuncia al amado es simplemente respetar su libertad de elegir, que incluye por supuesto que no nos elijan a nosotros.
Un beso
Me dejas pasmada, Rafa. Qué excelente artículo has escrito a partir de esa frase que siempre he considerado odiosa.
Seguimos embrutecidos. Por todos los medios que hacen llegar mensajes a nuestras mentes nos meten el embrutecimiento como símbolo de fortaleza, cuando es todo lo contrario: fuerte es el que tiene capacidad para amar y respetar, al contrario que el bruto.
Un beso
Gracias, prometeo, larrey, ely, leuma por vuestros comentarios. Y esperemos -pero la esperanza ha de ser siempre activa- que todo -digo todo- vaya cambiando.
Abrazos.
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