jueves, 1 de noviembre de 2018

Hada madrina


-Pide un deseo.

                         -Quiero
ser Dios.

               -¡Pero sabiendo,
como sabes, que Dios
no existe, cómo pides
semejante bobada!
¿Acaso es que pretendes
mudar el agua en vino,
multiplicar los panes
y los peces, enviar
las diez plagas de Egipto
contra Yemen o Gaza,
putear a Onán o hacer
llover fuego y azufre
sobre los habitantes
de Sodoma, Hiroshima,
Nagasaki y Gomorra?
Todo esto sólo son
cuentos de hadas, leyendas
para embaucar al pobre
y continuar diezmándolo.
Salvo lo de Hiroshima
y Nagasaki, claro;
pero eso no fue cosa
de Dios sino de Truman,
un maldito asesino
en serie, un genocida
hijo de Satanás.

-Oh, no, sólo deseo,
de entre todos los dones
atribuidos a Dios,
el de la ubicuidad.

-Te he dicho que eso son
cuentos de hadas; lo siento,
no puedo complacerte; pero dime:
¿a qué tanto interés
en ser un ser ubicuo?

-Es que están comenzando
a pesarme los años
y creo que pocas cosas
o, mejor dicho, nada
me haría tan feliz
como, a las cinco y media
cuando suena la alarma
y defeco y me ducho
y me visto y preparo
un té rojo y tostadas
y me lavo los dientes
y, con bastante noche
aún por delante, salgo
a la calle y me subo
al coche con desgana
para ir hasta la gran
puñeta donde tengo
mi puesto de trabajo,
ser capaz al unísono
de continuar durmiendo
dos o tres horas más a pierna suelta...

Aunque he de confesar que desde siempre
he pensado que aquello
de andar sobre las aguas
debe ser la rehostia.

-Veré qué puedo hacer;
consultaré con Dios
por si fuese posible.

-(No sabría decir
por qué, pero sospecho
que este hada madrina
o me está vacilando
o me ha salido rana.)

1 comentario:

Carlos dijo...

Relato autobiográfico de tintes mágicos. Con alusiones izquierdistas. Dios...qué opinas