Jamás tuve confianza en las sirenas. Aúllan en las noches de tormenta, tintando la ciudad de asfalto y cuarzo, con crudos alaridos araneros. Estamos en alerta permanente; no obstante, la narcosis nos muda en indolentes sordomudos, ajenos por completo a la agonía de un cántico de pájaros ausentes. Atados al vacío del presente, vivimos en la urgencia de un mañana, que, estático en el vientre de la bestia, se pudre lentamente ahogado en vómito. Ya ululan nuevamente con encono; no ocurre nada grave: tan sólo ocultan, turbias, tras su estrépito, los golpes de martillo que perpetran los zafios arquitectos de patíbulos.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...