Érase que se era un lejano país en el que existían hace ya mucho tiempo dos clanes enfrentados, los pícaros y los botarates, que un buen día, ante la fuerza que comenzaba a tomar un tercer clan, el de los antropófagos, decidieron tratar de limar sus diferencias para caminar en la misma dirección y que aquellos sanguinarios caníbales no terminasen devorándolos. Para dirimir el papel de cada cual en ese camino común, determinaron hacerlo mediante una partida de ajedrez. En el clan de los botarates había un tuerto -ya se sabe que en el país de los ciegos...- que recomendó que el elegido para esa partida fuese alguien que, al menos, tuviese unas nociones básicas respecto al desarrollo de tan noble juego. Y, como al parecer, no había entre los posibles candidatos nadie que las tuviese, elaboró un sencillo tratado en el que explicaba, entre otras cuestiones, que el tablero se componía de 64 casillas, que cada contendiente contaba con 8 peones, dos torres, etc., y como eran los movimientos de cada una de aquellas piezas sobre el tablero. Unos días después, tras dos movimientos, el botarate elegido, que jugaba con negras, fue a pedir consejo al tuerto. “He realizado dos movimientos, creo que la cosa va bien, pero necesito que me asesores acerca de como continuar la partida”. El tuerto se situó frente al tablero y, tras reflexionar no más de dos segundos, le dijo: “Veo que no has dedicado un sólo instante al tratado de ajedrez que preparé para ti”. “Es cierto -respondió el elegido-, y por eso acudo a pedirte opinión, para continuar la partida de manera que, como mínimo, alcancemos un decoroso empate”. “Tablas, eso se llama hacer tablas -concluyó el tuerto-, pero por mucho que hagamos a partir de ahora, en no más de dos jugadas nos habrán dado mate.” Huesos, desde entonces cualquier pago de aquel lejano país se halla sembrado de huesos descarnados.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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