miércoles, 28 de septiembre de 2011

El grano y la paja


En la transmisión oral de lo poético, aunque no es nada nuevo –baste recordar a trovadores y juglares del medievo-, a cada día que pasa parece cobrar mayor importancia una buena puesta en escena. Una variedad creciente de elementos sensoriales, desde lo visual a lo olfativo, pasando por lo táctil, lo auditivo y, hasta en ocasiones, lo gustativo -no en vano la poesía es un modo de expresión que, además o quién sabe si aun más que a la razón, se dirige al corazón-, que puede contribuir y de facto en muchas ocasiones contribuye a enriquecer el mensaje poético, así como a ejercer una función catalizadora de la interacción que se produce entre emisor y receptor, facilitándoles la comunicación a la hora de compartir ese mensaje. No obstante, cuando esos elementos son utilizados de modo gratuito, cuando no son más que aditamentos superfluos que nada aportan a la esencia del mensaje poético, ejercen mera y perniciosamente como una riada incontrolada de ruido que no hace más que adulterar la poesía y ahogar la generosa diversidad de sus mensajes bajo las aguas estériles y cicateras de su estrépito. Y en todo este contexto, no es fácil a menudo, no, distinguir el grano de la paja; nos queda aún mucho camino por recorrer en este terreno. Para transitarlo, para hacerlo al andar, seamos pues audaces, muy audaces, pero cuidándonos muy mucho de no traspasar los límites que conducen a la ciénaga pegajosa y cegadora de lo temerario.

1 comentario:

Poetas argáricos dijo...

Muy claro y muy cierto. Cuanto más desnuda, más brilla la idea. Un abrazo