domingo, 9 de mayo de 2010

Rasurado pendiente


LOS ESPEJOS mienten, son engañosos, nos devuelven una imagen distorsionada y falsa de lo que nunca seremos, de lo que nunca hemos sido, de lo que ya no somos, si es que alguna vez fuimos. Nada importa que la luz viaje a una velocidad de vértigo en el limitado espacio que media entre retina y reflejo y viceversa. Ese lapso imperceptible de tiempo de ida y vuelta es más que suficiente para perpetuar la falacia. Ese fue el motivo de que me iniciase en el largo y tortuoso aprendizaje de mirarme en los despojos; no cabe espejismo alguno en la carroña, en lo que está ya hecho añicos, en lo que estalla y se pierde, en la esterilidad de un vidrio sin azogue. Sólo lo lúgubre, lo inmóvil, lo callado, puede ofrecernos la justa medida de nuestra gélida e insignificante transparencia, de la ciega verdad que nos acecha, impertérrita y segura como un cepo de plata para licántropos.

No obstante, el uso de los despojos para estos fines no deja de tener sus inconvenientes. Sin ir más lejos, hace ahora justamente 13 días, me hice un profundo y perentorio corte en la yugular durante el afeitado. Me desangré con presteza en tan sólo unos siglos. Desde entonces, el espejo del cuarto de baño, aterrorizado y atónito, no ha dejado ni un solo instante de mirarse en mis ya irreconocibles y ajenos desechos. Y es que, desde que nos conocimos aquella mañana, cuando yo me cepillaba los dientes y él brillaba como luna llena conversando con la luz que se colaba sin permiso por la ventana, jamás tuvo el raciocinio suficiente para comprender la clarividencia que se alberga en la opacidad de la podredumbre. Y ahí sigue; mirándose en mí, sin alcanzar a reunir el valor suficiente para volver a afeitarse. Su aspecto, por tanto, resulta deplorable. Ha perdido brillo y una creciente plaga de piojos se ha instalado entre sus barbas. Es bien sabido que los espejos carecen de capacidad para rascarse por sí solos. Quizá por eso se le perciba tan abatido, tan sin eco. Estoy convencido de que, de proseguir en este estado, no transcurrirá demasiado tiempo sin que perpetre una exitosa tentativa de suicidio. Más aun, teniendo en cuenta la inminencia del eclipse. Entretanto, por lo que pudiera suceder, procuraré mantener bien cerrados los párpados.

6 comentarios:

Prometeo dijo...

Eres increible, la verdad es que en pocas palñabras das la vuelta a la realidad y la desmenuzas en absurdos terribles y llenos de ironia...un fuerte abarzo.

Anónimo dijo...

Ficción y delirio, espero que sea cierto.

Un beso.

Dafne dijo...

Estoy con Prometeo,en lo de increíble...y esto me hace pensar que quizÁs no debería darnos tanto terror mirarnos al espejo si ya sabemos que aquello que nos enseña no es del todo cierto...De todas formas piensa que no todOs los espejos son iguales,depende de la luz que les de, de su inclinación Y dE algunas otras variables que debo pensar cuidadosamente..nos devuelven una imagen más o menos benévola .Los espejos más traidores son los de la peluquerÍa y esa luz terrible que incide sobre nuestra cabeza directamente y muestra el estado de nuestro pelo..Seguramente cada espejo tendrá su función o mostrará con mayor enfásis aQUELLO QUE SU DUEÑO QUIERE...EL MIO ESTA EN PENUMBRA.
BESOS!

@Intimä dijo...

Los espejos nos devuelven una realidad, aunque a veces somos nosotros los que distorsionamos la imagen con lo que deseamos ver.
Un besito Rafa.

Marisa Peña dijo...

¡Malditos espejos!Un texto genial...
Te mando un beso

Alma dijo...

A veces uno se pierde entre qué es lo real y qué es la ficción. ¿El espejo se convierte en un ser falso o somos nosotros los que nos convertimos en ese espejo? ¿Quiénes somos? Tal vez llegamos a olvidar hasta eso.

Besos