martes, 26 de mayo de 2009

Ocho (monólogo a dos lenguas en la Luna)




Como de un tiempo a esta parte tengo los recuerdos permanentemente ocupados por este insondable vacío que inunda mi memoria, últimamente lo olvido casi todo. Así, no estoy seguro de haberte llegado a contar como, desde muy pequeñito, mi madre me enseñó que, en esta vida, para poder caminar mirando de frente a los demás era muy importante respetar su intimidad. Y, aunque yo ya no soy capaz de mirarte a los ojos, esa enseñanza se convirtió en uno de los valores que llevo a gala; tanto que apenas me cuesta ponerla en práctica. Aunque duela.

Yo también he bajado no dos ni tres ni ocho, sino infinitas veces al infierno; hubo una época en la que era arrastrado a sus abismos cada mañana, pero siempre una luz celeste empujaba con fuerza mis alas, ayudándome a regresar desde el vacío a mi alma. Hasta que un día esa luz derritió la precaria cera que unía mi vuelo al de las alondras, mudándome en serpiente. Desde entonces espero a Beatriz, pero yo no soy Dante ni conozco el secreto de los círculos. Fue el mismo día de ese eclipse del que tantas veces te he hablado. Y desde entonces no puedo mirarte. ¿Recuerdas que me pediste que me arrancase los ojos? No sé, tal vez no, pero yo lo recuerdo; aunque ya no puedo saber lo que fue realidad o tan sólo el fruto de la fiebre fría que lleva un eterno consumiéndome. ¿Qué hiciste con ellos? ¿Te los tragaste para digerir tu imagen en mi mirada o los dejaste olvidados sobre la barra de un bar? La verdad, no sé cual de las dos cosas preferiría.

Yo nunca conocí a tu madre ni a tu hermana. Y tampoco pude asistir a tu primera comunión ni a tu boda. Después quise recuperar todo ese tiempo que había perdido antes de conocerte, pero tú nunca quisiste dejarme avanzar más allá de las puertas de tu vida. Y las horas y minutos se hicieron muñones plagados de gangrena.

Y ahora, pensando en ti, veo, como desde el confín de la charca, va creciendo una enorme lengua de hielo que avanza hacia mí para devorarme. Cuando se cumpla el noveno círculo, meteré un céntimo bajo mi lengua -es tan escasa ya mi consistencia que creo que con eso será más que suficiente- y te diré adiós. Saluda a tu madre de mi parte y estréchala entre tus brazos; eso hará que yo también me sienta un poco menos solo. Ella tenía razón: se puede querer eternamente aunque la eternidad no sea más que una entelequia. Ya apenas te echo de menos; el frío que sube por mi columna vertebral comienza a adormecerme. Pero te sigo queriendo. Mucho.

L...

29 de octubre de 2007

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Rafa, ¿de veras se puede querer eternamente? Tengo mis dudas...

Se puede "echar de menos eternamente", de eso sí estoy segura.

Mis "grandes amores eternos" se convirtieron siempre en efímeros recuerdos, pero echo de menos ese sentimiento. ¿Contradicciones? Seguro; de ellas estamos hecho/as alguno/as.

Precioso; de lo mejor que "te he leído"; y mira qué me gustas!!!!

Besos

Alma dijo...

Se quiere para siempre, eso es algo que tengo claro...siempre es eterno a pesar de las piedras, de la oscuridad y de los miedos...a pesar de los muros que nunca podemos escalar...se quiere para siempre

dafne dijo...

Aunque sea escasa tu consistencia un céntimo es muy poco,recuerda que es una moneda de oro,si a Caronte no le parece suficiente...vagaras más de 100 años aún y lo peor de todo es que seguramente la seguirás queriendo mucho y ella ni se enterará.

Me ha encantado,subete a la luna esta noche y sigue porfa...

Besos