Se anega el aire de himnos marciales al compás
de tambores de guerra.
Al campo de batalla llegan huestes
—sicarios, gente humilde, pordioseros—
desde los arrabales, armadas con la arritmia
de su sangre, pagada a saldo, para unirse
a la campaña bélica orquestada
en favor del saqueo que nutre la codicia
creciente e insaciable de las mafias
del totalitarismo financiero.
Alzan la voz, vehementes, cantan himnos
ajenos, con el miedo marcado en el semblante,
los parias de la tierra, dando a luz
a un estrépito lóbrego, preludio
fugaz de marchas fúnebres.
Ilustración: Otto Dix
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