Las había contado una y mil veces. Y ahora, cuando en el madrileño Reloj de Gobernación empiezan una vez más a tañer, con sus característicos si bemol y mi sostenido alto, las dos campanas que dan los cuartos, cae en la cuenta de que le falta una. Y lo asalta a mano armada un pavoroso pensamiento; ya nunca podrá ver cumplido el más ilusorio y fervoroso de sus deseos. Y el alma se le cae a los pies hecha sanguinolentos añicos.
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Fundida al colosal estrépito pirotécnico y gutural con el que se acompaña a la, en el fondo, tan artificiosa como baladí liturgia pagana que oficiamos en masa cada vez que da comienzo un año nuevo, nadie en el vecindario se percató de la detonación que acabó para siempre con sus inconsolables frustraciones.
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Cincuenta y nueve minutos más tarde, en la Plaza del Rosario de la Villa de Agüimes, el acontecimiento, casi idéntico, se repetía de nuevo. Pero para él, que nunca había sabido encontrar el modo de hacer la más evidente de las trampas al destino, ya era demasiado tarde. Feliz 2018.
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Fundida al colosal estrépito pirotécnico y gutural con el que se acompaña a la, en el fondo, tan artificiosa como baladí liturgia pagana que oficiamos en masa cada vez que da comienzo un año nuevo, nadie en el vecindario se percató de la detonación que acabó para siempre con sus inconsolables frustraciones.
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Cincuenta y nueve minutos más tarde, en la Plaza del Rosario de la Villa de Agüimes, el acontecimiento, casi idéntico, se repetía de nuevo. Pero para él, que nunca había sabido encontrar el modo de hacer la más evidente de las trampas al destino, ya era demasiado tarde. Feliz 2018.
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