La carnicería y la frutería de la calle Alfarería están regidas por humanos diurnos que, como conejos del bosque, madrugan para traer sus productos frescos del Mercado Central y cesan su actividad a las tres de la tarde, cuando vuelven los estudiantes de los colegios e institutos a paso rápido, roídas sus entrañas por el hambre del almuerzo. Pero entre ellas, hay el estudio de un pintor, una tienda de muebles antiguos y la taberna de El Carbonero, negocios que duermen hasta el mediodía y se abren cuando cae la noche. Sus dueños son, al contrario que los anteriores, seres humanos noctívagos o con alma de murciélago. A Nina, cuando pasea el perro todas las noches, le gusta contemplar arrobada el interior de estos locales nocturnos.
Tienen en común los objetos, carteles, cuadros y fotos que decoran sus paredes. Nos hablan de la Triana desde el siglo 18 a mediados del 20. Como si, quisieran retener la vida cotidiana de los momentos de esplendor del arrabal trianero en las retinas y en la imaginación. Se parecen a pequeños museos donde tienen cabida desde muletas y capotes de afamados toreros trianeros a fotos en sepia de cantaores y cantaoras legendarios; cuadros con escenas de cigarreras cruzando el puente o el río en barca y otros de juegas flamencas en corrales de vecinas para celebrar un bautizo o una boda. Y fotos tan espectaculares como memorables, en que la Virgen de La Esperanza discurre parsimoniosa en los años cuarenta por un Altozano en el que no cabe un alfiler, o de una calle trianera que se despierta atónita y asustada ante una de sus imprevistas inundaciones de los años sesenta.
Y Nina se queda viéndolo todo como arrobada y en éxtasis, ya que entre lo que su carácter tímido más aprecia está algo así como la muda contemplación de lo exterior, hasta que las musas de su vida interior se agitan en su labor creadora. Y allí se encamina diariamente al encuentro de su alma de pedagoga con la hitopadeza o provechosa enseñanza que decían los sabios hindúes de la antigüedad.
Tienen en común los objetos, carteles, cuadros y fotos que decoran sus paredes. Nos hablan de la Triana desde el siglo 18 a mediados del 20. Como si, quisieran retener la vida cotidiana de los momentos de esplendor del arrabal trianero en las retinas y en la imaginación. Se parecen a pequeños museos donde tienen cabida desde muletas y capotes de afamados toreros trianeros a fotos en sepia de cantaores y cantaoras legendarios; cuadros con escenas de cigarreras cruzando el puente o el río en barca y otros de juegas flamencas en corrales de vecinas para celebrar un bautizo o una boda. Y fotos tan espectaculares como memorables, en que la Virgen de La Esperanza discurre parsimoniosa en los años cuarenta por un Altozano en el que no cabe un alfiler, o de una calle trianera que se despierta atónita y asustada ante una de sus imprevistas inundaciones de los años sesenta.
Y Nina se queda viéndolo todo como arrobada y en éxtasis, ya que entre lo que su carácter tímido más aprecia está algo así como la muda contemplación de lo exterior, hasta que las musas de su vida interior se agitan en su labor creadora. Y allí se encamina diariamente al encuentro de su alma de pedagoga con la hitopadeza o provechosa enseñanza que decían los sabios hindúes de la antigüedad.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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