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En tanto nos negábamos la piel,
Ansiando ser lujuria, a un tiempo sed y sangre,
Se hacían el amor nuestras palabras.
A oscuras, por no verse delatadas,
Ardientes susurraban, agónicas se ahogaban.
Muriendo, renaciendo, gimieron emes trémulas,
Jadearon hasta el éxtasis. Y al fin,
De tanto renunciar a hacerse carne,
Quedó sólo silencio sobre el tálamo;
Silencio virginal
Y un vástago sin nombre
Naciendo cada noche, aborto y llanto,
Desde mis dedos muertos.
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