martes, 18 de diciembre de 2007

En el filo de la navaja


La sombra volátil de una mirada
Lo ató de pies y manos.
Era el esclavo del turbio vacío
De un trópico que, muerto,
Arrojaba glaciares a su puerta.
Era duro abrirse paso en la nieve,
De modo que, tras quemar una noche
Su más postrer aliento,
Hubo de empeñar su maleta a saldo,
Y confinarse dentro;
¿Qué más hacer? Pero a veces la escarcha
Se colaba en tropel por las rendijas
Y entablaba litigios con su frío.
Con la hiel de sus náuseas
Selló, entonces, las puertas y ventanas,
Y devoró el cristal de las bombillas
Hasta hacerlas guarida y laberinto.
Por último, cuando ya comenzaba
A sangrar por la boca,
Se cubrió con la piel de nueve abismos
Y, sin sueños ni fuego,
Se sentó a esperar, a esperar por siempre
Muy lejos de las rutas migratorias.
Y fuera, mientras tanto,
Era ya primavera.


Fotografía: Stanislav Petera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta especialmente este poema, sus imágenes. A veces esperando ilusiones imposibles se nos pasa la vida..

Abrazos

Anónimo dijo...

Quizá si se asomase a esa primavera externa el frío interno se aliviaría :). Profundo el texto, me ha gustado, un beso

Anónimo dijo...

Fuera sigue siendo primavera. Debería sacudirse de encima esa piel que tanto pesa con la que cubre tanto dolor y hacer el esfuerzo de salir afuera.

Un beso