Con el cambio del siglo diecinueve al veinte observo que cada vez habitan más obreros y menos campesinos en la calle Alfarería. Los periódicos radicales hablan de que aquí vive, sobre todo, el “proletariado”. Esas familias que con – con la gran rapidez en los avances de las ciencias y las técnicas- siempre quedan marginadas o retrasadas respecto a los nuevos inventos que hacen más confortable la vida cotidiana.
Y si no, díganme ustedes por qué sólo media docena de personas con posibles, en todita esta interminable y larguirucha calle, tienen agua potable y electricidad en sus casas, lo que les permite contar con su teléfono y gramófono propio. Un coche particular con chofer en la puerta; sus amas de crías y profesores de música y canto para los chiquillos; o su médico de familia que acude raudo cuando alguien enferma.
Los otros cientos de vecinos sacamos el agua de los pozos de los patios comunales, nos seguimos iluminando con palmatorias de aceite y nos calentamos con cisco picón; Para ir de aquí para allá usamos bicicletas o esos estruendosos tranvías que bajan a rebosar de gente y con tanto ímpetu por las calles San Jacinto o Castilla, y tenemos que acudir para comunicarnos al chico de los recados o a la estafeta de correos cuando tenemos que enviar un telegrama urgente. Y si nos ponemos malitos vamos a las monjitas o a la Casa de Socorro.
Eso sí, en nuestras corralas se escuchan coplas y cantes flamencos tan emocionantes o más que los de los gramófonos de los “ricos” y sin que nos cueste una perra gorda. De hecho, Un tal Machado y Álvarez, profesor de antropología de la Universidad Hispalense que está recién casado y que vive ahora en la calle Betis, me ha contado que nuestro cante flamenco es una ciencia popular que él denomina “folklore”. Y debe ser algo valioso pues todas las noches pasea de casa en casa trianera apuntando en su libreta los cantes y coplas que salen de las gitanas y proletarias gargantas, pues le resultan únicos y originales.
En fin, que aquí en el barrio de Triana para dar el salto desde la miseria a la riqueza, o te haces una cantaora flamenca famosa o consigues ser un torero valiente y con arte, lo que muy poquitos logran. Los demás, a vivir como se pueda, empeñando lo poco valioso que tenemos cuando no hay trabajo en los Montes de Piedad, para así poder pagar cada mes a la casera.
(¢) Carlos Parejo Delgado.
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