A las últimas casas campesinas de la calle Alfarería. Y, sobre todo, a las chabolas que se levantan en torno a los tejares que rodean la “cava” se han venido a habitar los “morenos”, “gitanos” o “calos”. Proceden de la lejana Hungría y traen costumbres nuevas. La Reina Isabel ha obligado a estos autodenominados libres “hijos del viento” a que se “cristianicen” si quieren seguir en España, pero aún así viven de modo diferente.
Aquí se agrupan todos juntos en míseras chozas de barro y paja cubiertas por tejas morunas. Los padres trabajan como herreros. Golpean una y otra vez los hierros que forman el esqueleto de la “Flota de Indias”, hasta dejarlos cuán curvo se precisa. Y, mientras tanto, alivian su esfuerzo y sus sudores con unos cantes lentos, cadenciosos y dolidos, antes nunca oídos. Es mas, a la caída de la tarde, cuando las mujeres vuelven de “mendigar” la caridad con sus hijos envueltos en mantillas, hacen “hogueras” en las puertas de sus casas, en torno a las que bailan danzas frenéticas y originales, de sabor oriental, acompañados de cantes alegres y ocurrentes, que jalean con las palmas de sus manos.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Ilustración: Entrada de la Flota de Indias por
el Guadalquivir a Sevilla, de Alonso Sánchez Coello
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