Después de una catástrofe
ambiental —por ejemplo
un incendio en un Parque
Natural o un vertido
industrial o minero—,
siempre es bueno hostigar desde el poder,
de manera directa
o a través de sicarios,
a los ecologistas.
Tildarlos de alarmistas;
de no colaborar
a fin de restañar
los daños acaecidos,
y hasta de entorpecer
la labor encomiable
y arriesgada que libran
voluntarios y técnicos.
De ser sólo unos pijos,
niñatos de papá,
que desde sus salones
confortables predican
un aberrante, cínico
y solo mandamiento:
la vuelta a las cavernas.
No cabe duda, sí,
siempre es bueno hostigarlos.
No sea que, si no, el pueblo
acabe concluyendo
que pudieran de cuando
en vez llevar razón,
y que, tras de las llamas
o el cianuro infectando
la corriente del agua,
amén de las del memo
que negligentemente
o de un modo consciente
dio comienzo al desastre,
pudieran ocultarse
las manos codiciosas
o la desidia cómplice
de algún que otro político
asido a su poltrona
como una garrapata.
La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
1 comentario:
Incluso, hay pueblos como El Madroño que conmemoran los 20 años del "Gran Incendio".... y no tienen mucho que celebrar que digamos
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