“¡Maduro, dictador, hijo de puta!
¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey!”
Un loro en un balcón del barrio de Triana
Los loros, tan locuaces
y a la par limitados,
cuando hablan se limitan
a repetir lo que oyen
sin raciocinio previo alguno.
Los loros, por lo tanto, nunca escuchan
y carecen, sin duda
posible, de opinión
y de criterio propio.
Gramófonos de pluma, carne y hueso
con el disco rayado,
albergan el capcioso
espíritu de Goebbels sin saberlo
y cierta analogía con el burro
con orejeras dando
vueltas de sol a sol para mover la noria
que extrae del subsuelo el agua que derrochan
los que a él se la racionan.
Así no es de extrañar que, a menudo, sus dueños
supriman de su dieta el chocolate.
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