Me asegura que visitó Moscú a finales de los años ochenta, cuando la perestroika de Mijaíl Gorbachov encaminaba sus reformas -quizá sin pretenderlo- hacia la disolución de la Unión Soviética. Ahora son sus cuadros los que han viajado a la capital rusa, al menos de forma virtual, porque el pintor y poeta, dibujante e ilustrador, Agustín Casado, ha sido invitado recientemente a participar en 'Galería Escondida', proyecto domiciliado en la red (https:www.facebook.com/galeríaescondida) y promovido por otro pintor, Pedro Molina, que fomenta un arte plural, independiente, «y ubicado en la parte del mundo en la que el artista quiera mostrar su obra».
De ahí que, por mor de esta elección urbana, la inercia metodológica me impele a lugares comunes aún habituales en cierta crítica de arte, es decir, filiaciones y semejanzas con pintores coetáneos de aquellas latitudes. Así pues, un relato canónico de tal sistema nos llevaría, en razón de la temática y praxis del autor, al estudio del realismo y luminismo rusos de la segunda mitad del siglo XX; y sin duda estableceríamos afinidades y correspondencias con destacados artífices de la pintura de género y de paisaje, como Vladimir Stroyev, Alexei Borodin, Vasili Striguin o Alexandr Fomkin.
Sin embargo, me consta que Agustín Casado no es amigo de falsas pleitesías ni de impostados parabienes: su carácter, bravo e inconformista, se refleja en su vida, sus versos y sus pinceles. Por tanto, en esta ocasión renuncio voluntariamente al discurso complaciente o la glosa admirativa y, en un arriesgado ejercicio de funambulismo asociativo, me remonto a la noche del 3 de diciembre de 1913 (otras fuentes citan el día 16), cuando se estrenó, en el teatro Luna Park de San Petersburgo, la ópera 'Victoria sobre el sol', con libreto de Alexei Kruchenij, música de Mijaíl Matiushin y escenografía de Kasimir Malevich.
Menciono esta ópera no por sus analogías o similitudes, impensables, con el estilo de nuestro pintor (en los antípodas de la creación artística), sino por la coincidencia de propósitos renovadores, si bien de naturaleza contrapuesta: para aquéllos significaba la eliminación del astro solar y el triunfo del negro en un escenario futurista; para Agustín Casado la "victoria" se alza sobre sus propios ascendientes, a saber, el luminismo fúlgido y reverberante, de estirpe sorollesca, aquí transformado en suave emanación que adensa tonos y valores, sin estridencias ni desgarros cromáticos. Una claridad reposada, en definitiva, que imprime calidez poética a las escenas de vida popular que aflora en estas obras, cuyos escenarios urbanos, Málaga y Marbella, funcionan como imprescindibles nodos históricos y temporales: calles, plazas, rincones, actuales o pretéritos; y sus vecinos, de todo rango y condición, ensimismados en sus tareas o menesteres. Recuerden: aún pueden visitar esta exposición por tierras moscovitas. Sin necesidad de pasaje.
Texto de José Manuel Sanjuán. Publicado en el Diario Sur, el 15 de julio de 2016