Son como ratas, como
procaces cucarachas. Una plaga
persistente y nociva.
Como la escolopendra.
Como el virus aquel –o lo que fuese
aquello tan insólito y terrible–
que abría enormes agujeros
en el cerebro de los bóvidos
y el hombre, enloqueciéndolos. Provienen
de iglesias y palacios. De áreas nobles,
protegidas por perros y murallas,
del centro o las afueras.
De los más rancios
acuartelamientos.
De inmensos latifundios
arrebatados por la fuerza a los que fueron
desterrados,
a los que huyeron,
los ajusticiados.
Irrumpen en las fábricas, las minas,
mercados y talleres,
hospitales y escuelas,
sembrados y oficinas,
en los barrios obreros,
devorándolo todo. Carcomiendo
las puertas, las ventanas, los cimientos,
los muros, los tejados.
Dejando nada más como testigos
de su paso miseria e intemperie.
Hay que acabar con ellos.
Hay que acabar con ellos como sea,
hacerlo con urgencia,
antes de que concluyan –nueva fosa común–
de cavar nuestra tumba.
procaces cucarachas. Una plaga
persistente y nociva.
Como la escolopendra.
Como el virus aquel –o lo que fuese
aquello tan insólito y terrible–
que abría enormes agujeros
en el cerebro de los bóvidos
y el hombre, enloqueciéndolos. Provienen
de iglesias y palacios. De áreas nobles,
protegidas por perros y murallas,
del centro o las afueras.
De los más rancios
acuartelamientos.
De inmensos latifundios
arrebatados por la fuerza a los que fueron
desterrados,
a los que huyeron,
los ajusticiados.
Irrumpen en las fábricas, las minas,
mercados y talleres,
hospitales y escuelas,
sembrados y oficinas,
en los barrios obreros,
devorándolo todo. Carcomiendo
las puertas, las ventanas, los cimientos,
los muros, los tejados.
Dejando nada más como testigos
de su paso miseria e intemperie.
Hay que acabar con ellos.
Hay que acabar con ellos como sea,
hacerlo con urgencia,
antes de que concluyan –nueva fosa común–
de cavar nuestra tumba.
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