viernes, 1 de abril de 2011

Amurada


En enero de 2007 decidí meterme en la piel del alma de una ficticia mujer uruguaya afincada en Buenos Aires, Julia Villarejo decidí llamarla, y publicar en su nombre, y en otro blog que todavía mantengo, esta carta de desamor que, hoy, traigo aquí. Hasta siempre, Julia, llegaste a ser casi real.

COMO, al fin y al cabo, tú también sabes del alejamiento y la renuncia, quiero suponer que imaginas, e incluso llegas a valorar un poquito, el enorme esfuerzo que me cuesta no llamarte e ir a verte casi a diario. Porque, aunque tú y yo ya jamás podamos ser amigos -a pesar de que en alguna ocasión hayas expresado fríamente y desde la distancia lo contrario, yo no puedo dejar de pensar que, para mi desventura, es así-, lo cierto es que yo te continúo queriendo con toda mi alma. Sin poder ni querer pedir nada a cambio. Sólo recibiendo aquello que decidieses entregarme libremente desde el corazón, por poco que fuese. Como siempre. Y aunque ahora piense que lo más probable es que en todo momento hayas creído que tal cosa no era más que la milonga de una mina tostera y casi pucha que te tomaba por poco menos que un otario. Pero no te preocupes, esta lucha también la mantengo por mí.

Lo que, tal vez, ni siquiera tú puedas llegar a imaginar es lo duro que resulta no poder saber nada de las personas a las que quieres con todo el alma y a las que no puedes apartar un solo instante del pensamiento. Como a mí me sucede con vos.

Es tan duro que, a veces, por unos instantes, llego a desear no haberte conocido nunca; ¡con lo que yo siempre he abominado del olvido! Pero me horroriza tanto la posibilidad de acabar inhumando los despojos de estos recuerdos muertos, que siempre termino por buscar consuelo pensando que sería preferible volver al pasado -¡cómo si algo así fuera posible!- para recomenzar de nuevo el camino que extravié entre la bruma. Pero no a ese momento en que mis ojos se anclaron a los tuyos, sino a un pasado mucho más antiguo, a un pasado en el que aún podríamos haber estado a tiempo, en el que yo hubiese podido tener un futuro en lugar de esta sucesión de horas sin sentido que se desgranan tan pesada y lentamente y parece que nunca vayan a tener fin, a ese pasado en el que con toda seguridad coincidimos tantas veces tomando el sol de febrero en Pajas Blancas o de farra en algún boliche del Mercado del Puerto sin reconocernos, sin yo saber, entonces, que allí, junto a mí, estaba el hombre de mi vida. Puede que hasta alguna vez, incluso, alcanzasen a rozarse nuestras manos, sin que yo, torpe e insensiblemente, llegase tan siquiera a estremecerme. Hoy, de poder volver hasta mucho antes de haberte conocido, yo lo sabría. Pero ya es tarde.

Es tanto el mal que siento que hasta he llegado a contemplar la posibilidad de seguir tus recomendaciones y acudir a visitar a un especialista. Si eso me ayudase a cerrar esta herida, pero conservando intactos mis sentimientos, no lo dudaría ni un momento. Pero eso no sería así, seguro que acabarían arrancándome el amor, como a quién le amputan una pierna o un brazo, y, tal vez, como les ocurre a muchos de esos pobres lisiados desmembrados, continuase, pese a todo, doliéndome el vacío, este vacío que ya me inundará sin vos por todo el resto de mi vida. Y el amor que he sentido y aún siento por vos no lo cambiaría por nada del mundo, por mucho daño que me esté haciendo el haber tenido que enterrar mis ilusiones en vida.

Durante todo este tiempo he logrado mantenerme a flote en esta lucha que sé bien que está destinada a la derrota, pero en estos últimos días, tras tu ansiada llamada y las amables palabras que me dedicaste, las cuales, tras tanto silencio, ya no reconozco ni soy capaz de interpretar con la mínima claridad, el enfrentamiento conmigo misma se ha vuelto mucho más cruento y cada vez me siento más agotada, más incapaz de seguir luchando. He llegado a unos límites en los que se me hace imprescindible concederme una tregua, pero eso ya no depende de mí, puede que de vos tampoco. He pensado en llamarte en varias ocasiones, por si lográbamos reconocernos aún en algo y, así, lograba alcanzar esos instantes de paz que tanto necesito para poder seguir manteniendo esta batalla injusta y desigual que se ha desatado entre lo que debo hacer y mis deseos. Pero ya no sé si vos estaréis al otro lado del teléfono. O si yo seguiré en éste.

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