Seis de la tarde de un 18 de enero del año 2018. Dos adolescentes se han grabado en video como eran capaces de saltar acrobáticamente las vallas de las obras, los asientos públicos y los arriates de las plantas de la plaza Alberto Lista. Ahora se encaminan a lo largo de la estrecha calle Alfarería.
Y, gracias a este entrenamiento previo, son capaces de esquivar cuántos obstáculos se les ponen al paso. El primero ha sido una vecina que venía paseando a cinco perros sujetos por tirantes elásticos y ocupaba toda la acera. Ambos han dado dos potentes saltos y han caído más allá dando una vuelta de campana, puro ballet callejero. Los perros han ladrado sorprendidos y ahí ha quedado todo.
A continuación se han topado a una madre con un vehículo monovolumen que acogía a sus dos gemelos, producto de un tratamiento de fertilidad, que avanzaba como una amenazante locomotora por el único raíl existente. Pensaron y actuaron rápidamente. Se agarraron a las verdes rejas de una ventana y se impulsaron por el aire. Cuando aterrizaron más allá vieron a la madre detrás, con los ojos cerrados, encogida y abrazada a su carricoche. Se quedó muda del susto.
Una nueva prueba les deparó una moto que circulaba contramano por la acera. Apoyándose en el casco del motorista le saltaron sucesivamente a piola. Este bramó de cólera, pero le hicieron varias fotos con el móvil, y decidió irse con viento fresco, por aquello de la multa que le podía caer.
Después se engancharon –como si estuvieran en los Juegos Olímpicos- saltando para adelante y para atrás esas vallas que dan inmunidad a los especuladores inmobiliarios para cortar cualquier calle cuando construyen nuevos pisos. Esas que tienen colgadas una orden al viandante –como si los constructores fueran alguaciles-: “Prohibido el paso. Circule por la acera de enfrente”.
Venía entonces un minusválido en su silla de ruedas y no sabía como pasar a la otra acera sin chocar con los bolardos perimetrales y, sobre todo, sin que lo atropellara un vehículo de esos que van a cincuenta por hora en una zona de menos de treinta, que llaman de “convivencia” del tráfico urbano, y que tan poco respecto merecen a los gamberro-conductores.
Pero nuestros dos artistas no se amilanaron. Se subieron con un pie a dos bolardos de cada acera y unieron sus otras manos y pies al modo de un improvisado “paso a nivel” humano. Los coches no tuvieron más remedio que pisar el freno y comenzar a tocar el claxon. El minusválido, una vez cruzada la acera, y unas cuantas viejecitas asomadas a los balcones, les dedicaron un sonoro aplauso. Ellos deshicieron su acrobacia equilibrista y se marcharon corriendo por la primera bocacalle, en busca de nuevas aventuras.
(¢) Carlos Parejo Delgado.
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