Hace unos días la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (AAEC) ha hecho públicos los nombres de los y las finalistas del XXIV Premio Andalucía de la Crítica en las modalidades de novela, poesía y relato, esta última de reciente creación.
Un total de 21 finalistas, entre los que, siguiendo la dinámica de estos premios desde su origen, sólo figuran dos mujeres en la modalidad de poesía. Y es que en las 23 ediciones anteriores, de cincuenta galardones concedidos, sólo siete (uno en la modalidad de narrativa y seis en la de poesía) fueron a parar a manos de nuestras escritoras. Justo es mencionarlas: Eva Díaz Pérez (2014, narrativa), María Victoria Atencia (1988), Aurora Luque (1999), María Rosal (2004), Chantal Maillard (2008), Rosa Romojaro (2011) y Mariluz Escribano (2014).
Nadie infiera de lo anterior que el que suscribe pudiera llegar a pensar de algún modo que los hombres galardonados —entre los que, por poner algunos ejemplos, figuran Muñoz Molina, Eduardo Mendicutti, García Baena, García Montero, Manuel Moya, Carlos Edmundo de Ory, Juan Cobos Wilkins, Rafael Guillén, Caballero Bonald o Hipólito García Navarro— no lo hayan sido con todo merecimiento. Nada más lejos de la realidad.
El que suscribe tan sólo se pregunta humildemente si a lo largo de las 23 ediciones anteriores no habrá habido escritoras andaluzas, más allá de las siete mencionadas, con méritos también más que suficientes para figurar entre los galardonados. Si concluimos que las ha habido, muchas cosas habremos de corregir. Pero si concluimos lo contrario, habría que corregirlo casi todo.
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