A las tres de la tarde retornan a sus hogares tres jovencitas desde el Instituto: Jessica, Luna y Triana.
Vienen encorvadas como escorpiones por el peso que soportan sus espaldas. Cargan con mochilas bailongas que atizan una y otra vez sus vértebras lumbares, en lugar de llevarlas apretadas y bien sujetas a la espalda. ¡Esclavitudes de la moda¡
Parecen murciélagos, pues ellas sólo se guían - para evitar a los transeúntes que vienen de frente- por sus radares humanos. Y es que su vista se fija hipnóticamente en sus teléfonos inteligentes, de los que han permanecido separadas toda la mañana: ¡Qué extrañas adicciones, las del progreso tecnológico¡
Sus pantalones vaqueros compiten en agujeros, rotos y desflecaduras; mientras más tengan, más éxito recaban entre sus compañeros.
Las sudaderas, chándales y camisetas son cómodos y vulgares, comprados a pares en las rebajas y saldos del hipermercado.
Eso sí, lucen brillantes y coloristas zapatillas deportivas que les han costado un riñón. Los jugadores de baloncesto yanquis las han exportado al resto del mundo como producto de lujo “juvenil”.
A mitad de la calle se han encontrado con Jesús Antonio de Padua, el hijo del joyero.
Sale del autobús escolar que lo trae del Colegio Internacional Premium del Aljarafe. Viene uniformado con un traje de chaqueta de lana fría, una camisa blanca cerrada por una pajarita de cuadros escoceses, y unos relucientes zapatos negros de charol.
Al verlo exclaman a coro: ¡Qué antigualla¡ ¡Vaya carroza¡ ¡La profe de Arte lo pondría en una vitrina del Museo de Bellas Artes, junto a los Murillos y Velázquez¡ Y, acto seguido, se han reído a carcajadas de sus propias ocurrencias.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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