De niños nos educamos musicalmente en las juergas flamencas de los corrales de vecinos de las calles Castilla, Alfarería y Pagés del Corro. Observábamos a cada aficionado mayor, repitiendo machaconamente, una y otra vez, su tanguillo, soléa o bulería predilecta, hasta que le salía a su gusto, y así se pasaban hasta la madrugada.
Ya jóvenes, nos hemos echado unas novias que son hijas de militares de la Base americana de Morón. Nos traen las últimas novedades del rock de por allí, que pinchamos en sus tocadiscos. Luego cogemos nuestros temas preferidos y los alargamos hasta el infinito, haciendo improvisados solos de guitarra, flauta, trompa y batería, añadiéndole acordes y matices flamencos: aflamencándolos. Mis padres no me entienden nada de lo que hago y converso con otros músicos: «tío», «esto es monstruoso», vaya «rollo». ¿Que significan esas palabrotas, hijo? Pienso que están asistiendo al nacimiento de algo nuevo: el rock andaluz. Cuando actuamos lanzamos gritos y damos piruetas y saltos, como hemos visto hacer a nuestros ídolos. También llevamos pelos tan largos y vestimentas tan estrafalarias o hippies como los Beatles, Cream, Grateful Dead o Jimy Hendrix.
Un manager, que tiene una discoteca con su nombre por aquí cerca, nos ha lanzado a la fama grabándonos un disco. No en vano, nos hemos re-educado en su local, escuchando quinientas veces cualquier disco pop que nos interesara, aunque tuviéramos que pasar allí las noches enteras, cuando ya se había ido la gente. Nos han invitado a entrevistas de los numerosos programas de música pop que proliferan de las radios sevillanas, pero se han asustado y no hemos vuelto, ya que despotricamos de los grupos comerciales de moda con cuya publicidad se financian. Y es que lo nuestro sigue siendo lo íntimo y jondo. Ahora en la vejez, después de tantas penalidades por las que pasamos esos años, me causa infinito asombro que nos hayan convertido en grupos “de culto”, “clásicos” del pop español: Gong, Imán, Smash, Triana, etc.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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