Hasta hace poco tiempo la calle Castilla era tan solo una calle rural, como la de un pueblo. Su pavimento era terrizo. De hecho, a las procesiones primaverales del Cachorro y La O se les quitaba el polvo que cogían por este largo trayecto, al llegar a la Plaza del Altozano.
Poco a poco la calle se ha vestido de elegantes adoquines de Gerena e incluso se ha flanqueado la calzada por unas tímidas y estrechas aceras, también cubiertas de estos adoquines. Está iluminada con sus farolas de aceite –que diariamente alumbraba y apagaba el farolero- y, luego, de gas proveniente de la recién estrenada fábrica de la calle Pagés del Corro. También ha ido amueblándose con sus primeros buzones de correos y sus teléfonos públicos. Nos parece una modernidad inaudita, aunque puede que vengan otras innovaciones el próximo siglo que las supriman, como la recién descubierta electricidad, los correos electrónicos y los teléfonos de bolsillo.
En la esquina con otras calles se han dispuesto marmolillos para evitar la entrada o caída accidental de carruajes, que: ¡con lo recta que es esta calle, vaya velocidad que cogen¡
Una vez que el consistorio ha adoquinado su calzada, circula por el centro el tranvía de mulas hasta la barriada camera de La Pañoleta. Ahora la calle Castilla no tiene nada que envidiar a las calles urbanas más postineras del centro de Sevilla. No obstante, el tranvía es el terror de los carruajes, e incluso el paso de la Virgen de la O, se ha salvado una vez milagrosamente de ser arrollado por el omnibús.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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