A Carmen y Octavio
(por seguir creyendo en la palabra exacta
en estos tiempos de mordazas y estrépito)
proxenetas del verbo y de la idea
nos fuerzan maniatados
—peces sin seso a saldo—
en sus redes rediles
antros de confusión
con luces de neón
para la violación
de la verdad y el cántico
enclavados en medio
de lo huero en la niebla
sádica y corrosiva
del ruido y el desprecio
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