Cómo explicar el centro desde afuera
si somos límite en el límite, extrarradio
a punto de estallar y dispersarse
como una pompa en el silencio estático
donde no llega el ojo ni palpitan los sueños.
¿O acaso no hay un centro ni límites ni afuera
y toda geometría es el reflejo
fractal de un espejismo segmentado?
En cualquier caso
no sirven las palabras
y es harto cuestionable que sirviese el silencio
si, capaces, pudiésemos moldearlo
e, insuflándole aliento,
hacer manar el cántico
desde el centro o los límites o el afuera de un sueño.
Pero el silencio es un diamante
más duro que el desprecio
e impasible a las ansias de alfarero del hombre,
y nada ha de nacer desde su médula
más allá de la afasia de este frágil poema.
Tal vez lo más sensato
sería, atravesando
la tierra calcinada que dejamos
atrás a nuestro paso, regresar
hasta el punto de unión
entre el Apocalipsis y el origen,
y allí permanecer,
al borde mineral de la ceniza,
aguardando inconscientes
el triunfo del silencio.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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