Adviene ya el momento tan ansiado
como temido a un tiempo:
las aguas vuelven calmas a su cauce
después del gran diluvio y los prolíficos
cangrejos funerarios que enturbiaron
la luz de la vía láctea.
Y habrán de renacer en las orillas
las flores y los frutos y los pájaros
no dejando un lugar para el sediento
que se erigió custodio en la crecida,
de la llama precaria que animaba
el pulso del azogue.
Llegó la hora obligada
del regreso a los páramos.
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